Noche de la presentación del libro Cuerpos al borde de una isla
 
Miami, septiembre 27 de 2010

Palabras de Luis de la Paz

No fue hasta 1943, cuando Virgilio Piñera publica su gran poema La isla en peso, que la insularidad como tal alcanza una dimensión de asfixia. Al expresar el poeta: "La maldita circunstancia del agua por todas partes", le imprime con el adjetivo "maldita" un marco que taladra la insularidad de una manera definitoria, que va más allá de una mera circunstancia geográfica (hasta ese instante aceptada con silenciosa resignación), para convertirse en una tragedia de grandes proporciones. El poema virgiliano ha de percibirse como una suerte de premonitorio aviso, pavoroso aviso, de algo perverso y dañino que habría de posesionarse de la isla de Cuba después de 1959, que es el castrismo. De manera que la combinación funesta de la maldición del mar y el infortunado castrismo, convirtieron a Cuba en una prisión, mar-tiranía, que inocula un veneno que embriaga y envilece. Ante esa desesperanza, la única opción viable es la de escapar de ella lo antes posible (mientras más joven mejor). Quizás por eso, de una manera instintiva, la mayoría de los cubanos sólo piensa en escapar de aquel infierno.

Ese encierro insular permanente, en medio de una dictadura, ha puesto al cubano ante la difícil y arriesgada decisión de escapar por mar; una fuga que conlleva riesgos insospechados. La historia de Cuba del último medio siglo está llena de víctimas y testigos, de esas salidas riesgosas y angustiosas, como la que realizó el escritor Reinaldo García Ramos, durante el éxodo del Mariel en 1980, y que tres décadas después de haber dejado la isla recoge en Cuerpos al borde de una isla, mi salida de Cuba por Mariel, un libro testimonio, sobrecogedor, intenso, donde, regresando al poema de Virgilio, la isla, el agua, es la frontera que ahoga y redime. Trampa que recoge con precisión el cuadro Confluencias del pintor Jesús Cepp Selgas, que ilustra la cubierta del libro que hoy presentamos, publicado por la pujante Editorial Silueta.

El libro ofrece una visión minuciosa del largo, inquietante, comprometedor y doloroso proceso que tuvo que pasar Reinaldo desde el día en que se enteró que miles de cubanos estaban pidiendo asilo en la Embajada del Perú en La Habana, hasta que el barco en el que logró salir de la isla se adentraba en la corriente del golfo, "alcé la vista y volví a mirar hacia atrás, ya la costa se había hundido en el horizonte. En ese instante me di cuenta de que el tiempo había estallado en dos pedazos...". Esto que he leído en primera persona son las palabras con las que Reinaldo García Ramos cierra su libro; describiendo las mismas sensaciones que yo experimenté cuando desde el camaronero que me llevaba a Cayo Hueso veía desaparecer las costas cubanas y tuve plena conciencia (la dudosa satisfacción) de que marcaba el fin de un algo desafortunado, que anunciaba, además, el principio de un futuro, digamos incierto, pero futuro al fin.

Reinaldo logra en Cuerpos al borde de una isla recrear el ambiente que imperaba en los duros días de abril de 1980, cuando La Habana dejó atrás el sopor y la soñolencia en que estaba sumida, tras el giro que le dio a la historia un grupo de seres desesperados que proyectaron una guagua contra la cerca de la embajada peruana. El incidente provocó el asilo de 10,800 personas y varios meses de volátil situación social, marcada por la violencia institucionalizada y abandonar el país desde el puerto de Mariel.

Con lujo de detalles Reinaldo va recogiendo la atmósfera social y el largo proceso para salir de Cuba. Pero más allá de los detalles, el autor penetra en la psicología de la gente que le rodea, analiza el comportamiento de las masas, los enrevesados mecanismos para sobrevivir en la isla, incluso los no menos complejos y riesgosos para poder escapar de ella.

Cuerpos al borde de una isla tiene una estructura cronológica ascendente. Los 37 capítulos cubren desde Un lunes extraño, cuando el autor se enteró que algo pasaba en la ciudad, hasta Al partir, con la carga determinante que significaba la partida. Entre estos dos extremos las vicisitudes padecidas, las humillaciones, la angustia, la desintegración de la familia, el miedo y una serie de agudas reflexiones sobre el comportamiento humano, es lo que proyecta este libro un paso más allá de la estricta narración testimonial: "Hasta tal punto el miedo a las represalias políticas se nos había inoculado en la conciencia, y hasta tal punto todos trampeábamos al manifestar nuestras opiniones y deseos, que dos buenos amigos podían verse juntos ante una misma situación difícil sin que ninguno de ellos pudiera imaginarse con antelación cuáles iban a ser las reacciones del otro". En estas oraciones Reinaldo retrata como un todo, el alma envilecida del cubano bajo el castrismo.

En otro momento, al describir a Andrés, un querido amigo que acababa de salir de la embajada apunta: "Su rostro mostraba, por debajo de la piel requemada, una transparencia casi mórbida. El tiempo de su estancia en la embajada lo había transformado, parecía cocinado en vida: esos nueve días a la intemperie, asediado por el terrible sol y los insectos, por el hambre y la sed, privado de sueño y de aseo, y sumido en la incertidumbre, habían dejado su huella". Unos párrafos después, señala el significado del sacrificio de Andrés: "Él había recobrado por el momento la capacidad de definir sus movimientos y el privilegio de atenerse a las consecuencias de sus actos"; añadiendo: "Yo, en cambio, seguía siendo un pobre diablo, que retornaría enseguida a su sitio, callado y dócil, disciplinado y obediente". Durante ese encuentro hubo un momento crucial. Reinaldo escribe: "Nada resultó a la larga más decisivo para lo que hice después que haber visto y tocado aquel pasaporte. Sostenerlo en mis manos, olerlo, fue una revelación: en ese instante comprobé de manera irrevocable que tenía que actuar, que no iba a obtener la salida del país si me quedaba con los brazos cruzados". Ese momento relampagueante, de irracional comportamiento (si se piensa dos veces, no se da el paso), marca el instante liberador, la enorme alegría que se siente (tal vez mientras se tiembla de pavor) de decir: ha llegado el momento de quitarme la máscara atroz que vilmente he llevado asida al rostro durante tantos años. Ese es uno de los momentos en la vida del cubano bajo el castrismo en que, repito, más se tiembla, en el que más se goza. Cuerpos al borde de una isla es el más completo trabajo testimonial que he leído sobre el éxodo del Mariel. El libro es a un mismo tiempo la lucha de un individuo (Reinaldo) ante su destino, y el desafío de una sociedad (todos), víctimas y victimarios, ante una tiranía. Este sí es uno de esos libros que de verdad todos deberíamos leer.

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