Noche de la presentación del libro Cuerpos al borde de una isla
 
Miami, septiembre 27 de 2010

Palabras de Rodolfo Martínez Sotomayor

Toda obra tiene un instante de ser concebida, una génesis vital que a veces no comprendemos, hasta mirar en la distancia los hechos que la antecedieron.

Si hemos de creer en un diseño divino del Universo, en causas que surgen para llevar cada cosa a su destino, podríamos decir que Cuerpos al borde de una isla, como objeto de un libro, comenzó a nacer esa tarde en que un amigo me dijo que Reinaldo García Ramos había llegado de New York para quedarse y presentaría en Miami un libro de poemas.

Reinaldo no era sólo aquel escritor y editor tenaz que junto a Reinaldo Arenas, Juan Abreu, Luis de la Paz, Carlos Victoria y otro amplio grupo de colaboradores, habían creado la mítica revista Mariel; era un poeta que destilaba reflexión en sus versos, que sabía que la vida era ese constante aprendizaje de las pérdidas, que asimilaba el desarraigo ahuyentando la rabia del desterrado, refugiándose en un microcosmos creado a su antojo, en la búsqueda incesante de la luz, en la calma del hombre que acepta su inevitable vacío, su ineludible soledad.

Todo eso me transmitían sus poemas, pero uno en especial se grabó en mi memoria como suele hacerlo por causas desconocidas, algún fragmento de obra al azar, era el poema Estanque delicioso, en ese libro recién descubierto: En la llanura.

El autor evocaba un misterioso y seductor Estanque cubierto entre los árboles, aun cuando le aterrorizaba hacerlo, se hundía entre sus aguas cristalinas, describía con calma sus pasos cuidadosos hasta el sereno centro, sus pies resbalaban en el fondo y era sólo entonces cuando encontraba en medio de esa calma, las viejas alimañas de las profundidades: culebras y tentáculos, soberbias fauces familiares que se acercaban con un ruido ondulante.

Partiendo de este poema, se me ocurre evocar esa definición del verdadero arte surgiendo del inconsciente espontáneo, Reinaldo es de eso seres no tan comunes que no andan pregonando a cada paso los golpes recibidos. Su poesía, su obra, tiene la paz de aquel Estanque aunque haya en sus versos la intensidad de lo vivido, siempre la calma emana en ellos y es la sutileza el mecanismo utilizado para el mensaje certero.

Cuando Reinaldo me habla de su libro, Cuerpos al borde de una isla, cuando lo hace llegar a mis manos, esperaba un poemario. Cuando me dice que se trata de un testimonio, novelado además, del tema del Mariel, despierta en mí una curiosidad enorme y me pregunto: ¿Qué contará Reinaldo de su experiencia? ¿Cuál será la herramienta precisa, la prosa que pueda mantener al artista que vive en ese aislamiento voluntario, en ese monasterio de Miami Beach, llamado el mundo de Reinaldo?

Cuando comencé la lectura del libro, no pude despegar los ojos hasta concluirlo, me encontraba con el artista, capaz de mostrar el horror desde una visión genuina. Su autenticidad permanecía fiel, Reinaldo narraba un tema conocido con ojos propios, su herramienta era la prosa esta vez, sin embargo, seguía siendo el mismo poeta que atravesaba en calma el Estanque de aguas cristalinas, pero Reinaldo, tal vez sin saberlo, había sacado a la luz "las viejas alimañas de las profundidades; culebras tentáculos" estaban allí como un acto de exorcismo, como una regresión de un psicoanálisis que compartía sus vivencias padecidas, transformadas en belleza con el don de la palabra, con esa capacidad ilimitada del artista, cuando crea en libertad.

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