Noche de la presentación del libro De la luz su fondo
 
Miami, mayo 26 de 2012

Palabras de Denis Fortún Bouzo

Pretexto de un viaje a la luz, a su fondo

La décima, en la moldura de las convenciones más estrictas que conforman la lírica hispanoamericana, es posiblemente, junto al soneto, la estructura que menos opciones ofrece para mixtificar. Suscrita por el octosílabo y generalmente configurada en diez versos (con la salvedad que a veces se sirve del estrambote), este signo de impronta campestre en su mayoría obliga a sus cultivadores a que obedezcan la regla que durante mucho ha figurado como un muro infranqueable, y que reconocen de manera simple tal y como menciono antes: el ocho por diez. Límite que muy pocos se atrevieron a desvirtuar en una época, entre otras razones, por un exceso de fidelidad con la representación. Un acto, que para algunos renovadores raya en el más dogmático conservadurismo.

Es por eso que como consecuencia han existido siempre voces irreconciliables con los rígidos cánones, marcadas por la singularidad, y que han ido en una suerte de trayecto a contracorriente en busca de reformas. Poetas que la han dilatado o contraído en cuanto a sus necesidades se refiere, lo que concluyentemente rompe con esas originales convenciones. Un esfuerzo como socorro de la creación que no acepta encasillarse. La exploración de la imagen, que precisa de un aire reconstituyente sin obedecer los bordes en los que se comprime la parte. Claro, un ejercicio que también ha de estar al amparo de lo que encarna el dominio de la faena poética.

Y es este el hecho que se cristaliza en un cuaderno como De la luz su fondo. Efraín Riverón, nos entrega con sobrada pericia el quehacer que menciono antes y con una frescura inusitada. Cercenando la atávica estrofa, el experimentado poeta nos asegura que, no le hacen falta las reglamentadas silabas para dibujar con rimas lo que de la luz se apropia, para conseguir al punto su fondo, como él mismo formula. Un peregrinaje que recoge los más variados pretextos, y que le valen de inspiración para versificar de manera innovadora, pero coherente, con ese sello que le viene de sus ancestros.

Cuenta el poeta que este poemario -que a punto estuvo de desechar en innumerables ocasiones por ese desconcierto inherente que hostiga a quien escribe-, comenzó a gestarse al instante de una adversidad. Y en la puerta de su casa, abierta al barrio, por ese inmovilismo al que se vio sujeto, sus oídos vinieron a darle el sostén que sus piernas en ese momento le negaban. Es entonces, que Riverón se detiene en las pequeñas cosas de las que la estrofa se nutre más tarde, y la rima como herramienta forja décimas distintivas, incomparables, premiadas por la belleza de lo cotidiano. Mostrando a quien sabe ver, escuchar sobre todo con paciencia, el encanto que subyuga al poeta.

Pueblo, mariposa, gentes, homenaje, el amor, la religión y la vida misma, es la inflexión que termina en composiciones de sobrada valía, que al decir de Rolando Jorge en la nota de contraportada, reafirman a Efraín como un visionario que nos regala la lindeza matizada por la ingenuidad que se arropa en su experiencia.

De la luz su fondo, título insinuante además, que anuncia al lector el comienzo de un periplo privativo, impropio incluso al desplazamiento pues más que moverse Efraín imagina el viaje, sin dudas es un libro que, aparentemente irrespetando el clasicismo al que se presupone está amarrada la décima, no la menosprecia.

El verso, que para algún ortodoxo puede que le provoque sospechas, pues deviene en sacrilegio la cisura, se reafirma como lo que es: una labor que ilustra lo novedoso, un fresco a lo dicho; y que las reglas existen precisamente para eso: romperlas, y con la complicidad que asimismo el universo nos expresa.

Estamos en presencia de un poeta que sabe lo que quiere en medio del caos que simboliza la búsqueda, aún sin salir de aquella silla de ruedas en la que se forja su virtual desplazamiento a través del verso. Sus hallazgos dan como resultado que una férrea cerradura que se dice métrica, sea abierta en post de una irreverencia que ha de parir estos poemas que me atrevo a poner a consideración de todos.

Finalmente, asumo que Efraín Riverón ha descubierto en la luz, en su fondo, el reflejo seductor con el que ha de alumbrarse la inspiración. Y que aquellos pactos, las conformidades simuladamente impenetrables, permiten sean seducidas en buen grado cuando el talento y el oficio nos asisten.

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