Noche de la presentación del libro De la luz su fondo
 
Miami, mayo 26 de 2012

Palabras de Rodolfo Martínez Sotomayor

Palabras de introducción: Efraín Riverón y De la luz su fondo

Como un admirador de la Era Meiji, en el siglo XIX del Japón, hemos pretendido con la Editorial Silueta, entre otros propósitos, crear una especie de vitrina donde confluya lo mejor de cada estilo, de cada género. Agrupar esa excelencia literaria respetando diferencias, conceptos, pero teniendo la certeza de que la calidad es la única garantía de trascendencia. Hoy le toca el turno a un gran decimista: Efraín Riverón, el adjetivo no es vana grandilocuencia, es justicia a su obra, a su trayectoria conocida y laureada, aunque por excesiva modestia el nunca haga alusión a ello. Diciendo que lo que cuenta es lo trabajado, el verso cincelado con esfuerzo en busca de la perfección.

Riverón pertenece a esa trilogía de amigos escritores inseparables, de estilos tan distintos y semejantes en aspectos humanos: Alex Fonseca y Rolando Jorge son los otros. Como en ellos dos, su amor a la poesía, a la literatura va parejo con su lealtad a los amigos, a la vida. Como ellos dos, padece de una sinceridad brutal, a veces chocante como todo vestigio de excesiva honestidad. Nociva para el triunfo en estos tiempos.

También tiene Riverón la pasión arrolladora de las palabras, una mezcla de madurez con aire cándido que canaliza en sus poemas. Tal vez sea esta la razón -esa inocencia traslúcida en algunos de sus pentasílabos-, por la cual Elena Tamargo se enamoró de estos versos, hasta el punto de buscar a su prologuista y apasionarse con su publicación. Cuando se es dulce, se busca la ternura y a veces la proyectamos con lo que nos place. Tal vez sea esa la razón.

Confieso que después de mi euforia inicial con la propuesta de publicación, al pensar que tendría en la colección de la Editorial Silueta a uno de los mejores decimistas cubanos del exilio, me decepcioné al recibir aquellos pentasílabos. No eran los tradicionales versos que esperaba. No se lo dije rápidamente, y no es que no crea valedera esa sinceridad admirada en mis amigos mencionados. Lo que sucede es que el tiempo y la vida me han enseñado que más importante que decir todo lo que se piensa, es pensar bien todo lo que se dice. Las palabras siempre dejan huellas imborrables. Gracias a esa prudencia, pude disfrutar después de una segunda lectura, de la musicalidad, de la belleza de aquellos versos. Y tiempo después darnos a la placentera tarea de su edición.

Se ha dicho que todo hombre es una isla, un vasto universo irrepetible: su imaginación, que atribuye un valor único a toda obra de un artista verdadero.

Se me ocurre que Riverón es una especie de peñasco, desde donde se alcanza a ver la diversidad multicolor de un sin fin de recuerdos. Su poesía es la claridad de ese paisaje, la metáfora constante de la luz. Y de esa luz nos enseña a ver, lo que es al menos para él, la esencia misma de las cosas, De la luz su fondo.

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