'MANERAS FEMENINAS DE NARRAR'
Viernes, 28 de junio de 2013, Cuba Encuentro
Por Carlos Espinosa Domínguez

Contrariamente a lo que es casi una norma, Elvira de las Casas (Cienfuegos, 1955) comparece por primera vez ante los lectores en la madurez. En su caso, no cabe, pues, señalar la circunstancia de su juventud como preludio de petición de disculpas para errores e incompetencias (tomo en préstamo las palabras de un viejo artículo de Gastón Baquero). Y no cabe hacerlo además porque, lejos de los errores e incompetencias usuales en los autores noveles, su novela Doce mensajes a Hércules (Editorial Silueta, Miami, 2012, 174 páginas) posee valores y hallazgos propios de quien cuenta con una larga andadura como escritora de ficciones.

“El doctor alejó de su mente las palabras de su esposa y se dispuso a disfrutar de uno de los placeres más grandes que había conocido: caminar por las calles de Hormiguero del Campo temprano en la mañana, respirando el aire fresco que bajaba de las montañas y saludando aquí y allá a todo el que se cruzaba en su camino.

“Delante de la puerta de la bodega se encontró con Ramiro Almanza, quien posiblemente era, además del doctor, una de las personas más conocidas del pueblo. Ramiro ocupaba, por decirlo de alguna manera, el puesto de borracho oficial de aquel poblado de poco más de mil almas. Además del bobo Narciso y América Suelta el Bolso, una mujer enloquecida que paseaba por el parque con un marpacífico en la cabeza y una vieja cartera de charol colgando del brazo, Ramiro parecía tener como única misión en la vida servir de blanco a las burlas, y algunas veces a las pedradas, de los vecinos de todas las edades sin nada mejor que hacer. Aunque para decir la verdad, no siempre había sido así”.

He copiado ese fragmento, perteneciente al primer capítulo de Doce mensajes a Hércules, porque pienso que puede dar una idea de qué derroteros estéticos sigue Elvira de las Casas. Esta ha creado una obra que deliberadamente posee aires de otros tiempos. Se trata de una novela que, en principio, se puede catalogar como costumbrista, aunque no se propone serlo al estilo de las que se escribían décadas atrás. Aunque se vale del costumbrismo, la autora al mismo tiempo se distancia un tanto de él, lo atenúa, lo dosifica. Y como hace notar Armando de Armas en las palabras de la contraportada, no se detiene en el fervor folclórico. Tampoco da mucha cabida al color local, ni tiene interés en reproducir el habla popular. Su novela se inscribe además en una tradición que sigue siendo estrictamente contemporánea: la del fabulador y la capacidad de contar historias.

Doce mensajes a Hércules es un fresco colectivo que se desarrolla en el imaginario pueblo de Hormiguero del Campo. No se da una ubicación geográfica del mismo, ni tampoco de la época en la cual transcurre la novela. Pero para un lector cubano, resultará fácil situar el poblado en la zona montañosa del Escambray, durante la década de los 60, cuando el Gobierno tuvo que enfrentarse militarmente a los grupos guerrilleros que operaron allí por varios años. Sin embargo, esos sucesos vienen a ser el escenario, pero no el tema central. En torno a ellos se va armando la madeja argumental, integrada por un mosaico de historias. Renuncio a dedicar espacio a ello, pues resultaría imposible resumir las bifurcaciones y los numerosos personajes que pueblan la obra de Elvira de las Casas.

El título de la novela, que alude al pasaje mitológico de los doce trabajos a los que fue sentenciado Hércules, se refiere a los enigmáticos mensajes que comienza a recibir uno de los vecinos de Hormiguero del Campo. Son frases cortas como “Limpiar herida. Todo listo para cirugía”, “Olvida el tango y canta bolero”, “Tapen con flores cajas de municiones” o “Darle candela al macao”. Tan pronto fue interceptado el primero, el capitán Arteaga tuvo la certeza de que esos mensajes estaban relacionados con los planes de la guerrilla. Los firmaba Hércules, alguien que con toda seguridad vivía en el pueblo. El oficial se propuso descubrirlo y arrestarlo, antes de que pudiese llevar a cabo su plan para destruir la revolución.

A medida que esa investigación avanza, se van incorporando las historias de los distintos personajes que intervienen en la trama. Asimismo al final de cada capítulo se insertan los testimonios de varios de ellos, grabados o bien escritos décadas después de aquellos sucesos. No conviene aportar más detalles al respecto, pues la intriga y el suspenso son dos de los ingredientes de la sustancia de la novela, y, también, uno de los alicientes de su lectura. Todo eso conforma un artefacto narrativo que posee una urdimbre elaborada y no tan convencional como engañosamente hace creer.

Narrada desde la perspectiva de una voz omnisciente, Doce mensajes a Hércules está redactada con una escritura que rehúye la oscuridad. Su autora emplea un estilo llano y directo, sustentado en una prosa de gran corrección y limpieza. Asimismo a través del uso del humor, asoma una visión sarcástica de la lucha contra los grupos de alzados del Escambray. Contrasta con la que usualmente se ha dado en otros libros, y viene a ser una especie de lado B de aquella realidad. Y, en fin, algo muy de agradecer a la novela con la que ha debutado Elvira de las Casas, es que proporciona una lectura entretenida que no insulta nuestra inteligencia.

 
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