Noche de la presentación del libro El bronce vale y otras crónicas
 
Miami, junio 3 de 2011

Palabras de Rodolfo Martínez Sotomayor

En las afueras de la librería Barnes @ Noble en Coral Way, Joaquín Estrada, conocido como El Lugareño por su blog, esperaba entre bocanadas de humo de un extenso tabaco.
Miraba el reloj, vigilaba el parqueo a lo James Bond mientras me decía: "Es extraño que se demore, él es muy formal". Habíamos concertado la cita para presentarme a Eduardo Mesa, los prejuicios y el tiempo me llevaron a desconfiar de los escritores formales. Lo que me decía El Lugareño, lejos de justificar a Eduardo, según mi equivocado juicio, no lo hacía confiable como creador.

De pronto, y con aspecto de perturbado, apareció él. Sus excusas tenían ese tono humilde de quienes emiten esa bondad que nos hace sentirnos culpable por haber pensado mal.
Era un escritor extraño, sin lugar a dudas, no empleaba el tiempo en hablar exageradamente de sí mismo, no tenía esos humos o ínfulas, y ni siquiera era una persona hipersensible o neurótica. Se me hizo más sospechoso aún, cuando ante el paso de dos esculturales mujeres, él mencionaba a su esposa, incluso, con evidente ternura. La maledicencia le era ajena, y antes de protestar por una queja de tráfico o cualquier inconveniente, decía, casi como en una invocación: "¡Virgen de la Caridad del Cobre, esto es terrible!".

En una película de Almodóvar, transcurre una escena donde un escritor hace su labor mientras contrata a una prostituta que casi le reprocha: "Pensé que me amarraría, me torturaría, me daría golpes, ¿vosotros los escritores no son unos dementes, unos locos?" Y el escritor con parsimonia mientras continúa escribiendo, le responde: "Esos son los buenos belleza, yo no".
Esos prejuicios que hasta el cine recoge, se calan en el inconciente colectivo y se rompen cuando uno conoce a escritores como Eduardo Mesa. Supe que en Cuba perteneció al consejo editorial de las revista Espacios y Palabra Nueva. Conocí esas revistas, ya que una amiga me las enviaba desde la Isla y en ellas puede ver, con júbilo, que se hacía un enorme esfuerzo por reivindicar a personajes de la historia que el castrismo había demonizado o relegado al olvido. Lo hicieron con Tomás Estrada Palma, con Ramón Grau y Jorge Mañach.

Descubrí que fue Eduardo Mesa quien único publicó dentro de Cuba, que Guillermo Cabrera Infante había recibido el premio Cervantes. Un trabajo que tenía además entrevistas y fotografías; lo tituló: Los tigres de un cubano atrapan el Cervantes.

Ya menos prejuiciado, con estos antecedentes, llegué a sus crónicas; pude constatar que estaba ante un escritor que tenía la capacidad de atrapar al lector, de llevarlo a conocer la realidad de forma amena; recordándonos que entretener, a la vez que nos hace reflexionar, es también una función de la literatura que se agradece. Pero no voy a ahondar en sus crónicas, para eso tenemos al escritor y periodista Luis de la Paz, quién nos hablará sobre el más reciente libro de la Editorial Silueta: El bronce vale y otras crónicas, de Eduardo Mesa.

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