Noche de la presentación del libro El bronce vale y otras crónicas
 
Miami, junio 3 de 2011

Palabras de Eduardo Mesa

Hace algunos años un sacerdote español me regaló un libro que se titulaba, El hombre en busca de sentido, su autor Viktor Frankl era un neurólogo y siquiatra austriaco sobreviviente de varios campos de concentración. Este hombre descubrió que en aquellas circunstancias tan dramáticas los que sobrevivían no eran necesariamente los más fuertes, ni los más jóvenes, ni los mejor preparados. Descubrió que muchos de los sobrevivientes tenían algo en común: un propósito signado por la esperanza.

De este modo sobrevivieron madres famélicas que tenían la firme intención de buscar a sus hijos, ancianos empeñados en encontrar a sus familiares, hombres de profunda fe religiosa y hombres de ciencia que se aferraron a la vida porque se sintieron en el deber de sobrevivir para contar al mundo aquellos horrores y conjurar con su pensamiento y sus futuras acciones los demonios del fascismo.

Creo que mi vocación de escritor está íntimamente ligada a esa voluntad de sentido que descubrió Viktor Frankl, creo que el propósito de narrar, de escribir ha sido fundamental para mi supervivencia, primero en Cuba y con posterioridad en el exilio.

Desde siempre siento la necesidad de escribir y ya sé que ese sentimiento no me abandonará, esa imperiosa necesidad de escribir es quien justifica mis páginas ante la inmensidad de la literatura.

Mis escritos no los puedo explicar, sé que comparto con Borges la obsesión por la síntesis y el gusto por la luz con la Loynaz. Sé que leí muchas veces las aventuras de Tom Sawyer, El llamado de la Selva, Ivanhoe y Los tres mosqueteros, y no imagino la adolescencia sin ellos.
Mi aspiración es que este libro ofrezca una perspectiva diferente sobre acontecimientos y personajes aún vigentes, entre otras razones, por la cruel longevidad del castrismo. En última instancia serán los lectores quienes juzguen la verosimilitud de esta mirada sobre una época que me tocó vivir.

Quiero agradecer a la Editorial Silueta su apuesta por este libro, a su director Rodolfo Martínez Sotomayor y a Eva María Vergara por la edición tan hermosa que ha conseguido, han sido en todo momento profesionales solícitos, amigos cabales.

Al escritor y periodista Luis de la Paz por la presentación que hemos escuchado.

Al escritor Denis Fortún por la reseña de contratapa.

Al escritor y cineasta independiente Ernesto G. que anda por ahí con la cámara filmándolo todo.

Al Padre Rumín por acogernos en esta casa, bendecida por la presencia de la Virgen María de la Caridad del Cobre, madre de Jesús y de todos los cubanos.

Quiero agradecer a todos los que han venido hoy hasta aquí, en especial a la familia y amigos presentes.

Quiero, para concluir, agradecer a mi esposa Gilda y a mis hijos Eduardito y Eleonora, ellos me acompañan (y con frecuencia me soportan) en la aventura de la vida. Ellos son para mí los verdaderos protagonistas del relato que acoge a otros relatos, esa crónica de mi vida que Dios escribe en renglones derechos, a pesar de mí.

Muchas gracias a todos.

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