Noche de la presentación del libro Esas divinas cosas
 
Miami, marzo 17 de 2011

Palabras de Carlos Pintado

LAS DIVINAS COSAS DE CUETO

Comienzo esta breve (tal vez debo decir “escueta” presentación y que me perdone Cueto) diciendo que no estoy de acuerdo con la ya famosa frase de que “traducir es traicionar”. O acaso sólo cuando la mala traducción traiciona tanto al poema que lo que terminamos leyendo es, cuando menos, un palimpsesto inextricable, una suerte de receta de cocina de lo antes fue un buen poema. Pienso en la traducción del famoso verso de Neruda “La noche está estrellada…” que alguien llevó al inglés de esta forma: “the night is shattered” como si la noche se hubiera hecho pedazos al caer o ser lanzada, violentamente, contra el piso. Hay traductores que, sin duda, merecen la ergástula o ser despedazados como esa noche que ellos mismos traducen cayendo contra el piso.

Por fortuna, Esas divinas cosas que la Editorial Silueta publica del escritor, poeta y traductor Juan Cueto-Roig cruza el aro de fuero y llega, al otro lado, para rozar su gloria. Elegante poeta y prosista, Cueto ya nos había sorprendido hace tiempo con traducciones de Cummings. Confieso que Cummings no es uno de mis poetas favoritos aunque –debo seguir confesando- que las traducciones de Cueto me gustaron mucho más que los originales de Cummings. Esto sucede cuando un buen poeta comparte la gracia de ser un buen traductor. Una frase de Bufalino incluida en Esas divinas cosas no deja de parecerme genial: “El traductor es evidentemente el único autentico lector de un texto (...) el crítico es solamente el cortejante ocasional, el autor el padre y el marido, mientras el traductor es el amante”.

Dicho así, tan simple, no deja de ser una hermosa verdad irrefutable que explica el difícil acto de traducir. Y es imposible no imaginarse a Cueto, el amante, el más lascivo y rascabucheador amante, penetrando (será “penetrando” la mejor traducción a “entrar”?) en los oscuros recintos de los versos, donde sólo una lámpara arde, propiciándole a él, amante en celo, el rapto, el reto, la invisibilidad necesaria para cometer su delito, disfrazado de Casa Nova o Don Juan, sabiendo de ante mano que todo traductor de poesía debe ser, además de buen poeta, un buen seductor. Porque si algo tiene un buen traductor de poesía como Cueto es eso: el amor a distancia con el poema o con el poeta, la libertad que se toma para jugar con el ritmo, con la música, con las metáforas, la libertad de escoger los poemas que prefiere porque toda traducción debe ser espontánea (por no hablar de los conocimientos poéticos o del lenguaje) para luego regresar, lupa en mano, para verlo diferente. Quisiera extenderme en los logros de Cueto pero ya eso quedará para una reseña como el libro y el autor (autor sí) se merecen y que prometo hacer.

Ya he dicho que a Cueto le envidio, entre otros, (sí, envidio es la mejor traducción) su traducción de “El espejo” de Silvia Plath (incluido en este libro) como también le envidiaré a Borges haber traducido el “Orlando” de Virgina Woolf o a Cortázar “Memorias de Adriano” de Madame Marguerite Yourcenar, o como a Fitzgerald los “Rubaiyat”.

Pero un elogio si no puedo pasar por alto: cuando leemos los poemas que Cueto tradujo nos parece que fueron escritos en ese segundo idioma en él con maestría y hermosura vertió. Elogio mejor o mayor no creo que exista.

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