Noche de la presentación del libro Hablar de Guillermo Rosales
 
Miami, agosto 30 de 2013

Palabras de Carlos Velazco

Desde que empezó a publicar con dieciséis años, Guillermo Rosales estaba prefigurando el gran libro que es su vida. Los autores que llamaban su atención, no eran sino variaciones de su propio destino, como se lee en aquel texto sobre Nicolái Gógol aparecido en Mella, en el que destacaba la brevedad de la existencia del autor ruso, y decía: "más que suficiente para situarlo entre los grandes de la literatura de su época, y de todos los tiempos". Igual sería su caso.

Creo que nuestro interés, como con otros hechos y figuras, surgió por la inconformidad ante el panorama de un pasado cultural que nos llegaba escamoteado, o cuando no, no nos llegaba. La compensación primera a toda investigación, incluso antes de la publicación de la entrevista, el ensayo o el libro, ha sido la seguridad de no habernos equivocado en la intuición del valor de una obra. Con frecuencia, demasiada, se dice que Guillermo Rosales es un escritor "malogrado". Pero por mucho más que prometiera y a pesar de todas las páginas que destruyó, con dos novelas como El juego de la viola y Boarding Home, no se puede catalogar de "malogrado" a nadie.

La insistencia en no desatender el recorrido vital de una figura, se debe a que es en esa complejidad que todos los seres humanos llevan a cuestas -y que los artistas verdaderos cargan doblemente-, donde está la materia prima de su trabajo. Ya en 1969, en El juego de la viola, Rosales focalizaba todo lo de espantoso que tiene la realidad en el maltrato que el niño Agar sufría de familiares y conocidos, para al final, con la masturbación que indicaba el paso a la adolescencia, metaforizar el escape. Lo más parecido al amor, o sea, la promesa del sexo y el afecto, impulsarán a William Figueras a romper el encierro del boarding home. Si nos fijamos, el objetivo es el mismo, pero ya para 1987 quien escribe sabe que la libertad total es una quimera. La variación coherente de la propuesta entre uno y otro título, puede ser advertida por un estudioso en la sola lectura de los libros, pero si estos no se compulsan con la marginación y exilio del autor, no se podrán comprender del todo.


Al principio, me molestaba mucho la aprensión de la eterna pregunta que nos hacían a Elizabeth y a mí: "¿Y por qué tanta gente de "fuera"?" Ya hoy solo me divierte. Cuando uno cree que ha conseguido un descubrimiento, no debe hacer otra cosa que arrojarlo irresponsablemente sobre los demás sin importarle las consecuencias, aunque en blogs y websites nos lluevan las declaraciones de personas que no van más allá de sí mismos -tampoco pueden-, y que hacen perdurable ese sinsentido que hemos vivido tanto tiempo de las dos orillas, de "uno" y "otro" lado, de "nosotros" y "ustedes". Nunca me dejará de sorprender cuánto los seres humanos se dejan llevar por las circunstancias, son absorbidos por la vorágine de la Historia y terminan repitiendo un mismo rol, predecible, y sobre todo, aburrido, según los inoculados términos que pretenden rechazar. Ya lo recoge el vaticinio atribuido a Goya: "¡Y que no escarmienten los que van a caer con el ejemplo de los que han caído!, pero no hay remedio: todos caerán".

Pienso en Virgilio Piñera haciendo las cuentas demasiado exactas para imprimir Poesía y prosa, en la alegría de Reinaldo Arenas cuando su tocayo García Ramos le consiguió ochenta hojas en blanco para escribir El central, en los editores de la revista Mariel, aportando cada uno cien dólares para poder imprimir el magazine en el que volcarían todos los inéditos y rebeldías de su generación hasta entonces amordazadas en Cuba.

Y en este 2013, frente a la realidad de todos esos cubanos, con apoyo oficial o sin patrocinio alguno, en La Habana, Miami o dispersos por el mundo, publicando, como pueden, sus libros, filmando sus películas o haciendo teatro, debemos comprender que todos esos empeños ni son ni van a ser rentables, pero que es en ese esfuerzo mismo donde se está haciendo sobrevivir la cultura cubana.

Llegado este punto, ante esos ejemplares de Hablar de Guillermo Rosales que gracias a la Editorial Silueta existen, convengo que puede más la satisfacción que el cansancio, los logros que los ataques, y que Elizabeth y yo hemos tenido mucha suerte.

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