VARA DE REY
Por Reina María Rodríguez, Diario de Cuba
Sábado, 31 de agosto de 2013

Se me acabaron las áes y las pés... ¿pueden prestarme algunas?
Guillermo Rosales, Mella, febrero de 1964


Los investigadores cubanos Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, autores de Tras los pasos del cronista. El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante hasta 1965 (Premio Enrique José Varona 2009 y Premio de la Crítica Cubana 2011), son jóvenes nacidos en los ochenta que reinciden en tocar temas y autores que fueron y son aún, excluidos dentro de la Isla.

Pienso en el proceso de investigación necesario para este libro sobre Guillermo Rosales. No debe haber sido fácil para ellos, al encontrarse con un mundo del que quedan muy pocas huellas rastreables (la foto, al final del libro, de los restos del edificio de tres pisos donde estuvo la revista Mella lo confirma), hasta llegar a una conjunción de testimonios, documentos, manifiestos, crítica literaria y entrevistas: un libro que traza un modelo a seguir para la crítica cubana, que ha silenciado durante años el quehacer de muchos autores por razones políticas, por el simple hecho de no vivir dentro del país.

Hay una vida vivida y malograda dentro de estas páginas, la de Guillermo Rosales, al que uno puede oír a través de los párrafos escogidos y hasta de los títulos de sus textos, como "Vara de rey". ¿Tendríamos la vara para medir lo que hubiera escrito, lo que hubiera llegado a ser? Solo intentos, aproximaciones, flechazos de El juego de la viola y de Boarding Home, dos libros que leí hace algunos años y que he pasado a otros amigos para que los conocieran. Sin embargo, desconocía la mayoría de los textos publicados en Mella entre 1963 y 1964. "Rebeloide", por ejemplo. O "Viaje al año 0". La melodía de un campamento en las lomas de Oriente "donde la verdad del cielo es cien veces más azul y la tierra más ardiente". La brigadista dormida en un taburete cerca de los leños: estampas de una época donde existió un periodismo de vanguardia política que, con su desintegración, se movió hacia la ficción en todos los sentidos.

Es preciso leer las descripciones que Rosales hizo como reportero de lugares tan ajenos a "lo literario". Como esta: "el tabaco es al principio un poco la tripa sin personalidad. Luego lo enrollan, lo pican, le ponen la capa y le hacen la cabeza. Del rodador al drum y de aquí a los cangrejos, hasta que los dedos mecánicos lo llevan finalmente a la tambora, que es la rueda que lo amolda y le da el toque de encantamiento". O "aquí se trabaja con fuego. A 800, a 850 y hasta 1.200 grados centígrados. El vidrio se vuelve melcocha a los 800 grados; una pasta roja que el soplador moldea a gusto". Rosales no solo lleva el tema a un grado "literario" a partir del lenguaje que retuerce, quiebra, rompe, sino logra ser el objeto mismo: divisa en lo que lo convertirán o en lo que tratan de convertirlo, amoldándolo, produciéndolo, doblegándolo en esa rueda para subsistir; resistiéndose, a ser algo amoldado, a convertirse en una pasta roja o melcocha como aparece en dichos textos.


Un desencanto de dos orillas

En esta investigación (que es también un recordatorio) se entrelazan momentos históricos, discursos que hicieron mella en la relación del poder con los intelectuales, donde la revolución tendría que corregir "defectos", "diferencias". Pucho -la mascota emblemática creada por Marcos Behmaras y Virgilio Martínez para Mella- sirvió para criticar a los "diferentes" y a los homosexuales. Aparece ya una violencia no solo simbólica -como afirman Mirabal y Velazco-, sino amenazante y física. En Hablar de Guillermo Rosales está la explicación exhaustiva de cómo cada víctima va golpeando a las otras con tal de "no formar parte de los perdedores". Así, el golpeador en el asilo de ancianos de una de sus novelas o la pandilla infantil de la otra son reflejos de lo que sucedía en las calles de La Habana o en el home de Miami a donde fue a parar Rosales durante su exilio hasta que, como Agar en su primera novela, "echó a correr para siempre" y se disparó volándose la cabeza a los 47 años, un 6 de julio de 1993.

Silvia Rodríguez Rivero, en entrevista publicada en este libro, afirma de él: "tocó fondo, fue humillado, arrastrado, odiado, despreciado por todos, por los que no lo entendían y por quienes lo quisimos. Su literatura era él mismo, ¿para qué dejar un legado, una historia escrita, un poema a un mundo que lo rechazó y al que él no pudo entener ni apreciar? No podía dejar de escribir porque era un escritor, pero eso no era suficiente... Su sitio eran los extremos... La incompatibilidad de Guillermo con la sociedad era recíproca, había que preguntarse entonces si las sociedades en que vivió tenían también un padecimiento mental".

¿Qué hubiera sucedido o mejor, qué no hubiera sucedido, si aquel jurado del premio Casa de las Américas donde concursó y donde su novela Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección (como se llamaba por entonces El juego de la viola), con un jurado conformado por Alejo Carpentier, Salvador Garmendia, Noé Jitrik, Ángel Rama y Daniel Viñas, hubiera sido premiada? "Sobra decir -dicen Mirabal y Velazco-que el libro nunca se publicó en Cuba". Pero siguiendo esta ruta de lo no ocurrido, ¿qué hubiera sucedido si Guillermo Rosales hubiera recibido el galardón y otros autores lo hubieran leído, y el público cubano y latinoamericano lo hubiera conocido entonces?

El tiempo de su desengaño tal vez hubiera durado un poco más, con la esperanza de que "los cuadros de turno" eran los responsables de su situación como intelectual perteneciente todavía por entonces, a una vanguardia política que quiso ser además, una vanguardia estética. Habría tardado algo más su desencanto, un desencanto que, según los autores de este libro, "nace de haber creído en la utopía revolucionaria".

Tal vez se habría entretenido durante este proceso de desengaño, tal vez hubiera escrito más, hubiera merodeado, aplazado, pero él no fue premiado (no fue escogido, bendecido), y llegó más rápido al centro del conflicto: "se me acabaron las áes y las pés...", y nadie le prestó otras. Nadie le pudo prestar la palabra sal-va-ción, ninguno de sus amigos de Mella que, por más que cuenten ahora sobre él en sus entrevistas, no lo pudieron ver, no se percataron, no lo reconocían, y entre las manos, se les fue convirtiendo en un fantasma. Tampoco Carlos Victoria ni Reinaldo Arenas, ya en el exilio, con quienes hizo un triunvirato de escritores.


'Boarding Home'

Pocas veces sabemos de qué maneras un escritor cubano ha leído a otros escritores. Algo novedoso en este libro es que se aproxima al lector que Guillermo Rosales fue. Quienes lo conocieron enumeran autores de los que siempre les hablaba: Apollinaire, según Silvia Rodríguez Rivero. Kafka, Faulkner, Hemingway, Bulgákov, Babel, Malraux, Sartre… Guillermo Rosales, su vida y su época son reconstruidos a través de sus lecturas del mismo modo que un autor como W.G. Sebald intenta con libros que no tienen un género definido, sino que están hechos con la recortería de todos los hechos, conformar una historia imposible casi de reconstruir por la guerra o por el abandono.

Los amigos que se encontraban en la revista Mella tenían -según palabras de Norberto Fuentes en su entrevista- "una cultura muy sólida, una cultura política, histórica y literaria". Y es interesante ver, años después, cómo los autores que influyeron en generaciones posteriores provienen de una apropiación del lenguaje diferente: de una idea del "yo" como deseo de buscar una eticidad, más que de la epicidad de aquella época. Por sobrevivencia, en otros autores el realismo se fue convirtiendo en idealismo, en alegorías, en metáforas que provienen de la falta de lo real: lo hiperreal solo puede estar donde lo real existe. Rosales, en cambio, no tuvo que pasar la etapa alegórica que tanto ha lastrado al cine y a la literatura cubana: él saltó directamente hacia lo existencial.

El mundo de su novela Boarding Home (un asilo donde los locos están cuidados por expresidiarios), está muy detallado en Hablar con Guillermo Rosales y es comparado con otras novelas, especialmente, con Alguien voló sobre el nido del cuco, pero separando la obra de Rosales de Kesey por su inclinación a una "experiencia individual", íntima, que la une de nuevo a una obra que me parece también muy cercana: Piedra infernal de Malcom Lowry. El narrador William Figueras, lo mismo que el Plantagenet de Lowry, están descreídos de todo y "esta condición maldita lo hace habitar en un limbo situado al borde del infierno". Figueras, escritor como Rosales, escribe poemas, sueños, delirios, igual que Plantagenet empalizado en un manicomio entre ladrillos refractarios y alcohol. En fragmentos de una entrevista publicada en la revista Mariel, cuando obtuviera el premio Letras de Oro, Rosales dijo: "No oigo a nadie. No veo televisión. No voy al cine.Consumo lo menos posible. Mi mente solo tiene cabida para lo que tengo que escribir... Mi mensaje ha de ser pesimista... No creo en Dios. No creo en el Hombre. No creo en las ideologías."

Mirabal y Velazco afirman "que el drama de Cuba, su conflicto como nación, traspasa con mucho la voluntad de un hombre", y es aquí donde personaje y autor se funden en el drama del escritor, encadenado a un sitio mental: a un campo de resistencia donde no hay alternativas, de un lado un horror, del otro su metástasis: un país, un home. Para Rosales la existencia misma es una fuente de contradicción mayor que la hallada en la propia ideología: "en situaciones de exclusión absoluta no importan las ideologías ni las antiguas militancias. Cuando se ha caído en desgracia, el dolor iguala, y tanto el comunista como la burguesa, confluyen en el mismo lugar... ambos han sido víctimas de la historia".


Quemar sus manuscritos, quemar su vida

Siete entrevistas - Víctor Casaus, Félix Guerra, Norberto Fuentes, Silvio Rodríguez, Eliseo Altunaga, Emilio Herrera y Silvia Rodríguez Rivero- cierran este libro. Si, como afirma Víctor Casaus, Guillermo Rosales forma parte de esa generación llamada "generación salvada para la historia", este libro, a tantos años de su muerte, comienza a ser justicia de esa idea de salvación, Pero, ¿por qué no se han publicado sus libros en su país, veinte años después de su muerte? ¿Entra esto dentro de "los absurdos que existieron y siguen existiendo" a los que se refiere Víctor Casaus, el que Rosales sea prácticamente desconocido como escritor en Cuba?

Cuando Casaus responde que "su gran tragedia quizás sea su no realización o que su obra no llegó a cuajar", ¿se refiere a que la obviaron en su propio país o a la cantidad o la calidad de la misma? Porque son dos cosas muy diferentes. Un cuajar literario y otro que no lo es. Cuando dice, que "no fue alguien de una obra conocida", es porque no le llega al lector por un hecho ajeno a su voluntad, pero sus novelas trascienden ese hecho, incluso, del desconocimiento y del tiempo, imposible de apaciguar con una anécdota, una amistad o un reconocimiento tardío, porque pertenecen sin lugar a dudas, a un útero mayor: el de la buena literatura que no tiene fronteras y donde la sinceridad, la afectividad o la compasión no son una calificación literaria.

El autor ha muerto, pero su obra no. Y muchas veces, la obra sí basta. No es el disparo final el que lo coloca en un sitio o en otro, sino su escritura; no por la cantidad o la acumulación, sino por su lenguaje, por su capacidad para contar esos mundos que vivió. Y no podemos mirarlo con pena, como lo que pudo haber sido, sino por lo que es, ya que la culpa de su exclusión ha venido de afuera, de una imposibilidad mayor que su temprana muerte.

En su entrevista, Norberto Fuentes afirma: "conmigo en Miami, Guillermito no se hubiera suicidado... probablemente nos hubiéramos fajado, pero no se hubiera suicidado... quemó una novela que era una obra maestra, de la cual no ha aparecido ninguna copia de trescientas o cuatroscientas páginas sobre la guerra de independencia... El juego de la viola y Boarding Home eran sencillamente la punta del iceberg de lo que venía después".

Fuentes puede sonar conmovedor, pero es ingenuo al exagerar la importancia de su propio papel. Porque quien puede quemar sus manuscritos -como Rosales hiciera- está dispuesto a quemar su vida. No hay diferencia entre una y otra: se juega de verdad.

Hay que recuperar todo lo que Guillermo Rosales fue y pudo llegar a ser, convertirlo en ese alguien que es para la literatura cubana, sin fronteras y sin tiempo; rescatarlo del olvido como han comenzado a hacer estos dos jóvenes investigadores con valentía, sin conmiseración, porque no estamos hablando solo de alguien que se metió un tiro en la cabeza, sino de alguien que tal vez lo hizo por no matar a otros y se golpeó a sí mismo como otros golpean a los demás.

Pensando en la interrogación de Norberto Fuentes acerca de lo que vendría después para Rosales, recuerdo un parlamento de aquella película soviética, Pieza inconclusa para piano mecánico: "¿Y después? ¿Acaso no somos todos fantasmas ya?". Y me pregunto si bastarán libros como Hablar de Guillermo Rosales para rescatar todo lo perdido o si siempre seremos cómplices.

 
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