Noche de la presentación del libro Los días de la pérdida y
La soberanía del deseo
 
 
Miami, noviembre 7 de 2013

Palabras de Joaquín Badajoz

Afán de llamar a cada cosa por su nombre1

Entre "Los días de la pérdida" y "La soberanía del deseo" transcurre poco más de un lustro poético -prefiero llamarlo así, para enfatizar su esplendor lustroso, que evocar el metálico sonido del quinqué, la angustia de apagón espiritual, persecución, medioevo, que me despierta, más de una década después, la palabra quinquenio-. En términos poéticos sabemos que el tiempo se mide de otro modo, por veranos, otoños, pascuas floridas o sangrientas, amistades sacudidas por las tormentas, amores tórridos, paciencia, marcas en las paredes de la celda. Y con justicia podemos añadir que tampoco los espacios son otra cosa que escenarios, backstage, espejismos topográficos. Un poeta, que pudiera llamarse Juan Carlos Valls, y ser un alma trashumante, y coleccionar perfumes como intentando atrapar el más exótico y volátil jardín intangible, y mudarse de provincias como de camisetas, hasta llegar a esta provincia nuestra del exilio, también, por más que el paisaje se teja de manera casi naturalista entre sus versos puede muy bien mirar por la ventana y estar realmente viajando por dentro. Considerando estos detalles, que hacen que el cronotopos del autor sea una región etérea donde el deseo se encuentra con la memoria, no es desatinado aventurar que, junto a "Conversaciones con la Gloria" (1995), estos libros que presentamos hoy fundidos en un mismo volumen, publicado por la Editorial Silueta, abren y cierran un paréntesis poético-vital "vueltabajero" en la obra de Juan Carlos Valls (Güines, La Habana, 1965). Tan así, que "La Soberanía del Deseo" (La Habana, 2000) puede leerse como el apetito voraz por dejar atrás esos aciagos -y a veces felices- "días de la pérdida". Incluso estilísticamente. Lo interesante -y acertado, añadiría- de uncir ambos cuadernos es precisamente apreciar cuanto de ruptura y continuidad hay en la lírica vallsiana. Su obra tiene una progresión elíptica, sucede como en espirales, regresando a temas y conceptos desde otros ángulos poéticos o circunstancias vitales. En este libro coda, los temas y motivos son urbanitas, la mirada del autor, sus ambientes, dejan atrás una ciudad rural, la herida del "amante inmaduro/ que intenta contra su juventud", la "pesadilla de pueblo encaminado hacia la nada". Mientras intenta pertenecer de nuevamente a la gran ciudad, la observa con extrañamiento, con mirada de provinciano, viajero, hijo pródigo que regresa, y advierte desencantado como "se pulveriza el tiempo/ una calle larga y ancha hace que los ojos/ no se detengan a recriminar el paisaje./ es una pena esta ciudad/ y es también una congelación de gestos/ que le preparan para la noche./ quien pedalea este viaje infinito/ es alguien víctima de la ilusión/ que excava/ que aspira a conservar los detalles íntimos/ él pasa y mira con inteligencia/ es un hombre/ pero su lástima por la ciudad lo hace frágil/ amanerado como las palomas./ un hombre/ pero lo sostiene un cascabel." (el viajero, 89). Este libro, que es quizás por catarsis su libro más citadino, cierra con un texto -una estupenda prosa poética- que a mi se me antoja su "ars poética", aunque la mayoría de los lectores puedan leerlo como un texto crudo, distinto e irreverente quizás. En marginalidad (pág. 104), Valls atrapa lo que ha sido la esencia de su obra: el sentimiento de pecado original, la tortura, su rebeldía de ángel caído, su denuncia del entorno -no es un poeta complaciente el hombre que se flagela-, la dureza de la existencia. En este texto, más dramático e inclusive performático que el resto de su obra, el poeta revela de manera descarnada y directa lo que ha sido su leitmotiv: la experiencia empírica, las intensas revelaciones existenciales, como fundamento poético; algo que lo acerca a cierta zona de la poesía anglosajona más intimista. Es desde esa aparente contradicción, entorno a ese columna vertebral poética, que se teje toda su obra. El poeta dice: "todavía me niego a que la conversación no gire en torno a la literatura"(pág. 104)… para luego exigir: "que nadie aparezca hablando de literatura. quieres una mano poderosa repartiendo eso que acabas de probar." (pág. 105)

A Stephen King y a Juan Carlos Valls -disculpen las antípodas- les agradezco la honestidad en reconocer que es la literatura la que debe girar en torno a la vida y no a la inversa. Que el escritor es antes que poeta un ser carnal, una carnada, un hombre que escribe para "salvar los impulsos del cuerpo" (pág. 67). Esa actitud se disfruta extraordinariamente en la poesía de Juan Carlos Valls, y especialmente en un libro como "La Soberanía del deseo", que abre con una dolorosa confesión, más llena de soledad, desasosiego que de apetito sexual: "me escribo cartas como si fuera peligroso contar a los demás lo que pienso de mi" (pág.65), pero que termina narrando de manera honesta hasta el desgarramiento y el escándalo los sucesos más íntimos, morbosos, oscuros… como cuando dice crudamente: "no hay amigo que no haya poseído aunque solo fuera en la maquinación diaria" (pág. 67). Esas cartas vallsianas -la epístola y elogios son géneros íntimos que el poeta señorea y reivindica como pocos autores dentro de la literatura iberoamericana actual- son verdaderos actos de contrición, estaciones de su miniviacrucis personal, confesiones y limpiamientos emocionales. Tengo la certeza de que después de escribirlas, el poeta, como el pintor Vrubel, se quedaba en la penumbra admirando maravillado la luciferina luz de sus demonios, como el pecado hecho letra reverbera sobre el papel. Porque una vez escritos, sueltos-presos en la tinta, los ángeles rebeldes adquieren tintes esplendorosos, tiene rostro, mirada perforante… seducen y raptan. Contrario a lo que dice el refrán: el hombre es siempre dueño de lo que revela y esclavo de lo que oculta. Y gran parte de la credibilidad poética de Juan Carlos Valls radica en su honestidad para expresar lo que siente -algo que no es solo un recurso literario, sino una actitud del ser polémico, apasionado defensor de sus ideas, que es el poeta también fuera del escritorio-. Esa verosimilitud literaria es la misma que convierte textos aparentemente "domésticos", inocuos, con un delicado tono intimista -y hasta existencialista- en profundas y desgarradoras denuncias sociales, mucho más radicales que las de autores más políticos, con el solo acto de desnudar lo que se suponía era exclusivo de la esfera privada en medio de la arena pública.

Siempre pienso que hay autores que no necesitan presentaciones ni prólogos otros que no sean sus propias palabras; autores tan sólidos, centrados y dueños de su universo, que cualquier lectura ajena, invasiva, de sabelotodo, se le queda enroscada con los tobillos. Hay otros incluso, y Juan Carlos Valls es uno de ellos, que además hipnotizan sus auditorios… es un sacrilegio entonces demorar su lectura, llenar de ideas peregrinas -y lecturas siempre cuestionables- el espacio sonoro que pronto estará ocupado por su magia. Solo quiero añadir, porque esta vez se trata de "llamar a cada cosa por su nombre": que ustedes, nosotros, tenemos esta noche la dicha de escuchar a uno de los poetas más consistentes e importantes de la literatura cubana contemporánea. Si les parece exagerado lean, hurguen: encontrarán en sus textos algunas de las más sobrecogedoras metáforas, poemas memorables, escritos con la discreción de un amanuense, de un pedazo de "esquirla en la carne podrida" de Dios. Sucede que como todos los grandes poetas apenas se atreve a mirar dubitativo tras bambalinas, esconde la cara entre las manos de pudor y desaparece, así que ya no está ni estará "para cuando disparen/ al hombre bala/ en medio de la noche".2

Joaquín Badajoz. The Roads. Nov, 7 i 2013.

 

1 Valls, Juan Carlos. Los días de la pérdida y La soberanía del deseo, Editorial Silueta, Miami, 2013.

2 Valls, Juan Carlos. El circo. En Revista Conexos, Volumen 1, Otoño, 2013. pág.269.

silueta@editorialsilueta.com
Copyright © Editorial Silueta