'MAURICE SPARKS ES UN MACHO SEXUAL Y MUJERIEGO'
Por Ena Columbié, El exégeta
jueves 15 de diciembre de 2011

Hace unos días atrás me llamó la atención el revuelo armado con la salida del libro de Ernesto G. Los relatos de Maurice Sparks. Una buena cantidad de escritores salió a recibirlo con aplausos, expresión poco frecuente en este Miami caliente hasta en los blogs, donde muchos buscan los lunares aún donde no existen. Pero ahora que leo los relatos entiendo a estos hombres que ríen y se regocijan cuando hablan de Maurice Sparks en los videos de la presentación. Es que Ernesto va a lo nuevo y específico de la narración, excitando el interés y manteniendo la atención y curiosidad del lector en todo momento. ¿Que cómo logra esto? El autor se valió tal vez inconscientemente de un arma fundamental y letal en el andamiaje narrativo: El personaje. No hay nada en la narrativa que haga perdurar una obra, tanto como crear un personaje nuevo, armónico, coherente; ahí están Don Quijote y Sancho de Cervantes, el Bazarov que aportó Turguéniev, Goriot de Balzac… y tantos otros que conforman una lista enorme de nombres inolvidables. Ernesto G. dio en el clavo, proveyó de vida a Maurice Sparks, un hombre que puede salvarlo.

Maurice Sparks tiene un nombre que debe haber sido escogido con mucho cuidado, para lograr que funcione tan bien desde todo punto de vista; pero es paradójico que el personaje sea un cubanazo. Esa es la primera novedad que impone el autor, su hombre no se llama Ramón, ni Pancho o cualquier otro nombre común ó terminado en o que se usa frecuentemente entre latinos para imponer hombría. Desde ahí comienza la ganancia. El tipo es un macho sexual y mujeriego como pocos y lo grita a puro pecho. Los que saben de los vericuetos narrativos, estarán de acuerdo conmigo en que un personaje resulta más creíble mientras más se exageren sus límites normales, y Maurice es aparte de todo lo anterior, extremadamente sincero: Soy casado. Un hombre felizmente casado. Mentira. No hay hombre que sea totalmente feliz en su matrimonio. Me gustan las aventuras. Me gusta conquistar a esas mujeres débiles que se dan fácil… Parlamentos como este son los que logran que todos los hombres lo adoren, y las mujeres también. El ejemplar es auténtico como pocos, como quisieran ser la mayoría de los hombres -sobre todo a los casados- que en realidad se enredan en la mojigatería, la autocensura y el miedo a la aventura verdadera, o a la declaración sincera de fidelidad, convirtiéndose en aparentes marionetas de las mujeres, y digo aparente porque como bien dice Maurice, Lo sé. Soy un verdadero hijo de puta. Pero todos los hombres lo somos. Levante la mano el hombre que no ha tenido una aventura, o dos, o tres, o mil. Miren a Tiger Woods…

Maurice es natural, sin rebuscamientos ni barroquismos expresivos, tampoco es amanerado ni pedante, tiene un equilibro que se balancea entre el macho latino y el poeta escondido, Está el dolor incrustado en mi mano, ese dolor que dejaste ahí aquella tarde en la que empezaste a abandonarme. Pero su característica más relevante es el marcado deseo sexual que lo arrastra a las disímiles aventuras alrededor de los 71 relatos, mayoría de los cuales no sobrepasan la mitad de la página. Esa es otra ganancia de Ernesto, saber manejar la brevedad y convertirla en su aliada con maestría. A medida en que el libro crece notamos un desarrollo narrativo más rico, más descriptivo en ocasiones, muestra que el autor va cogiendo sabor a las laderas de todos los caminos que auguran mejores amaneceres.

Ahora entiendo la simpatía que ha despertado el libro, es algo nuevo y fresco, quizás el lector exigente puede encontrar pequeños errores gramaticales, pero les aseguro que pasarán de largo, este es un libro que se lee de un tirón, que se busca para obsequiar -yo particularmente quisiera que todos conocieran a Maurice Sparks- y para releer. Es el libro que se disfruta y se cita. Relatos que se han abierto un camino como lectura necesaria y útil para los nuevos narradores. Gracias Ernesto por este regalo sui géneris. Me sumo a los aplausos con mucho respeto y alegría.

Los dejo con una de las historias que más me gustó, sobran las palabras.

 

 

La escritora

Ella me dijo que era escritora. Yo le creí porque sus senos eran grandes y sensuales y me hacían la boca agua. Soy enfermo a los senos grandes, desproporcionados, casi contra natura. Me dirán que es algo maternal, medio ediposo, pero no, no es eso, es la belleza salvaje de unos senos sueltos al aire, esa invitación a la mamarie, a la templadera. Porque eso es lo que soy: un templón, un verdadero caballero templario, listo siempre para la batalla, para el sexo barato y sin complicaciones. Un café, una película en el cine, una cena, unas palabras y a templar!

Hablamos de muchas cosas. Pero yo apenas escuchaba. Sólo asentía o decía "cuánta razón tienes", "vas a ser una gran escritora", "tengo un amigo que conoce a alguien que tiene un amigo editor y está buscando nuevos talentos." Yo miraba. Veía unos senos que se querían salir de su blusa. Soñaba.

La invite a un café. Barnes & Noble. Libros, música y café. La estaba ablandando. Luego le hablé de una película nueva sobre una escritora inédita que se acuesta con un millonario para que le pague la publicación de su libro y termina enamorándose del tipo. Le entusiasmó la idea. Cuando salimos del cine, le dije: "Qué hambre, ¿no?"

En el restaurante hablamos poco. Los dos estábamos muertos de hambre. Pero más que hambre, creo que había deseos y eso corta el habla.

Cuando salimos del restaurante, me pidió que la acompañara a su casa. Era tarde y vivía en un barrio malo de la ciudad. ¿Cómo puede negarse un caballero a acompañar una dama a su casa?

Después que hicimos el amor (sus senos era exactamente como los había visualizado), entró al baño a darse una ducha. Junto a la cama había un pequeño buró lleno de libros. En el piso había un cuaderno. En la carátula decía: Historias sin editar. Raro título, pensé. Abrí el cuaderno y empecé a leer el primer relato:

"Él me dijo que era escritor. Yo le creí porque sus ojos eran grandes y sensuales y me hacían la boca agua. Soy enferma a los ojos grandes, desproporcionados, casi contra natura. Me dirán que es algo raro, pero no, no es eso, es la belleza salvaje de unos ojos sensuales, para mí, son una invitación a la mamarie, a la templadera. Porque eso es lo que soy: una templona, una verdadera dama templaria, lista siempre para la batalla, para el sexo barato y sin complicaciones. ¡Un café, una película en el cine, una cena, unas palabras y a templar!

 
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