'CUERPOS SUICIDAS CONTRA EL PAISAJE'
(notas a los cuentos de Eva M. Vergara)
Por María Christina Fernández, Revista Conexos
Domingo, 10 de febrero de 2013

Disentir con la escritura. No avenirse a la realidad de todos. Eva M. Vergara hace esto y más con sus cuentos que viajan en un libro submarino. Diez piezas narrativas que parten de "Monotonías", texto donde la autora lanza su primera diatriba contra el orden de cosas. Una ama de casa escribe en secreto su "gran obra" en un medio tedioso, donde todo resulta cuestionable menos su poderoso sentido de sentirse única. "¿Individualidad?, hacerse valer, pudo ella aprender éstas tan necesarias cualidades durante su niñez. ¿Dónde? En la escuela, la casa, la iglesia, los libros." De todos los espacios con los que confrontó y midió fuerzas, tal vez solo salgan indemnes los libros, con sus dosis de poesía, y cierto estado de ensoñación. No hay molde que se ajuste a su mirada inquisitiva: la casa del estudio, la casa de Dios; nada es lo que debería ser porque son espacios corrompidos por la falsa retórica social.

Las situaciones en que teje los hilos narrativos de sus relatos son pretextos para enunciar verdades difíciles de exponer de otra manera en un mundo que se sostiene, aquí o allá, haciendo tabla rasa de la diferencia. Difícil debe ser para quien pretenda pasar desapercibida, argumentar con una voz que difiere. Pero ahí está, sin marcha atrás, en "Limosnas y flores" lo dicho por Eva: "¿Dónde buscar? Un recorrer absurdo en una búsqueda inútil. Todo se resume en intentos vanos por comprender, poseer la respuesta. Observadora anónima de su propia vida, incompetente para cambiarla, subyugada desde un principio. Con el primer corte quedó anulada toda comunicación. Brazo audaz con mano certera, roto todo lazo al milagro". Otro personaje descubre los filos cortantes de una realidad que prioriza la competencia, el triunfo del fuerte sobre el débil, de lo activo sobre lo pasivo, del grito sobre el silencio. La imposibilidad de coexistir en un medio con el que no se identifica lleva a la protagonista de "Mirada desde un submarino blanco" a entrar en una serie de digresiones que revelan una identidad que se completa en lo poético, o en la muerte. O en lo poético que lleva a la desintegración del ser en los objetos, que cargados de su propio significante, hablan de otra vida posible en la materia inerte: "Vitrina, camino a otros tiempos, otra era, con tu olor antiguo, extraño, cofre depositario, vientre revelador, te abro y viajo, me pierdo". Esa digresión con la vitrina lleva al personaje a tomar ese vaso con la letra A que llenará de agua para bajar los Fenobarbital de 100mg. De la digresión pasa a una ensoñación mórbida, una gran mezcla de sensaciones y memorias que van empalmando unas con otras y con la letanía del "tengo que hacer algo y no sé qué es…", hasta terminar en un murmullo, un zumbido de notas imprecisas, una disolución que ni el submarino, ese conjuro mental, puede poner a salvo.

No es este el único texto donde la muerte o sus devaneos con ella, imprimen a lo narrado una carga de intensa recaudación sicológica, donde thanatos desplaza al eros en la resolución que toman los personajes. En "A la media hora", un cuento breve que resulta infinito por su ritmo de disociación, como en esa película de Polanski "Cuchillo en el agua". Un cuerpo penetra en un lago donde peces y desechos conviven por igual. En vez de un cuchillo, un reloj matiza las secuencias con su tam, tam, tam, tamm… "Notas escapando de una caja metálica, lanzando sus cuerpos suicidas contra el paisaje". Cuerpo entra, sale y entra al agua por voluntad, casi en éxtasis. Lo contrario a "Entre ángeles" que revive el drama de un padre y su hijo tratando de huir en el remolcador "13 de Marzo"; allí hay ruido de oleaje contra las paredes y una conmoción que hace perder el equilibrio. Allí el agua es trágica, cómplice, portadora del fin. (Aunque arrastre también a la ternura en ese último beso del padre al hijo; beso bañado de sal). En ese texto no puede haber absolución porque hubo un crimen.

Absolución puede tenerla Pulido, el amigo, cuando en "Confesa culpa", la autora recapitula lo que sabe de ese fin. No hay reproche, sino un enorme rastro de comprensión. Asombra que lo mismo se de en el relato "Fuera del marco", donde a través de la atmósfera creada por una ouija y su sistema de revelar lo oculto, la voz que narra entra en contacto con un espíritu que sufre y clama; "Esto es terrible, rueguen por mí". A través de un intercambio de información salida del tablero y los razonamientos de la protagonista, se cuestiona la figura del héroe: su mitificación que estorba tanto como su demonización, caras de una misma moneda. El ruego del héroe/demonio que no es otro que el Che, es acogido con una benevolencia poco común en esta república nuestra del exilio. Hay una absolución que no es gratuita: la respalda la condición de todo ser sufriente. Una voz que se resta al maniqueísmo con que habitualmente se manejan estas figuras de extraordinaria significación política, a menoscabo de su vulnerable humanidad.

En "Mi Cuba Nostalgia", un cuento que yo llamaría antológico por todo lo que encierra de nuestra historia social, y en particular de una generación que nació y creció en medio de ese experimento llamado revolución, tan bien documentado por su autora desde la memoria emotiva. Vuelve la vindicación del individuo frente a la masa cuando, como en un montaje operático, se pone fin al espectáculo con el descendimiento de una enorme piñata del techo al compás de la cabalgata de las Walkirias, y que luego es sustituida por el "ya viene llegando" de Willy Chirino. De la piñata sale un muñeco verdeolivo, expuesto para que le entren a garrotazos. Espectáculo matizado con gritos, chiflidos y confettis. El público golpea, danza, cataliza la rabia. Esa rabia que no ha desaparecido con el desplazamiento, esa rabia que inflama a las multitudes, acá o allá, ayer u hoy, en la vida o en su parodia. La protagonista da la espalda con una mueca en los labios, se aleja. Tampoco pertenece a este rebaño; su ajenidad es su garantía de ser.

"Cruzando desde, a la oscuridad", nos inserta en otra realidad. Aquí no es el peso de la Historia quien amenaza el sentido de la identidad, sino ese individualismo extremo que genera un mundo excesivamente tecnológico. La protagonista reacciona al peligro de los mundos virtuales, a esa realidad irreal que encierra un ordenador. El peligro entonces no es la exacerbación de los sentimientos primarios del hombre sino su anulación, a partir de que las sensaciones se trasvasan a una pantalla, sustituto de la vida. Pero no es solo ella, es también su hijo, prisionero del videogame. "Mi hijo, a mi lado, embelesado. Acaricio la idea de la anécdota, relatarle la odisea acontecida a poca distancia. Hacerle ver cuánto se le escapa si permanece distraído. Reclamarle su desinterés por la vida fuera del juego, su falta de humanismo. El peligro de caer, sucumbir ante la enajenante idea de mundos ideales".

Creo que con este libro de relatos publicado por la Editorial Silueta en el año 2009, Eva M. Vergara ha salido indemne del peligro de alguna falta de humanismo o distracción. Da la impresión de que no se le ha escapado nada, tal vez porque no es lo mismo mirar desde un submarino blanco que parapetarse en una torre de marfil. Lo que me lleva a creer que quien fija fuertemente sus límites interiores, es tal vez quien mejor logre conectarse con el controvertido mundo del afuera. Un reto difícil para algunas sensibilidades, pero que puede conducir a trascender lo que parecía imposible. Por ello lo que Eva M. Vergara llama "infantil reclamo a la antagonía de la vida", a través de su escritura, deviene en reconciliación.

 
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