UN COLLAGE DEL SUICIDIO
Por Armando Añel, Encuentro en la red
Miércoles, 27 de diciembre de 2006

Acaba de salir de imprenta, aún fresca la tinta de la decena de autores recopilados en sus 120 páginas, Palabras por un joven suicida, un libro sui géneris en el marco del mercado editorial cubano, o cubanoamericano, o hispano en los Estados Unidos.

Con prólogo y selección del escritor Rodolfo Martínez Sotomayor, Palabras por un joven suicida reúne textos de Carlos Victoria, Armando de Armas, Luis de la Paz, Eva Vergara, José Abreu Felipe, Alain González, Joaquín Gálvez, Belkis Cuza Malé, José Antonio Pino y el propio Martínez Sotomayor. Adicionalmente, la compilación contiene varios trabajos del homenajeado, el narrador y poeta Juan Francisco Pulido (1978-2001).

Palabras por un joven suicida no es una antología centrada en un género literario concreto -recopila cuentos, poemas, artículos, testimonios-, tampoco en la obra de un autor específico. Más bien es el homenaje que varios autores rinden a un autor inconcluso, al joven escritor expulsado de la Universidad de Cienfuegos y de la Asociación Hermanos Saíz, al ganador del Premio Vitral de 1999, al refugiado político recién llegado a Miami y al becario de la Universidad St. Thomas, en Minnesota: al suicida Juan Francisco Pulido.

De la mano de Martínez Sotomayor, Pulido colabora involuntariamente con los escritores arriba mencionados, en una suerte de catarsis conmemorativa que acaba por alumbrar un libro suficiente, disuasivo en sus desdoblamientos. El protagonista es en esta compilación Calvert Casey, y es Eddy Campa, y es Guillermo Rosales, y es Reinaldo Arenas… es todos los que han sido y no pudieron ser -parafraseando a Borges-: todos aquellos que han quedado en el camino persiguiendo la utopía de la segunda isla, esa tierra de promisión donde el pasado, rehén de sus evocadores, desemboca en la alucinación y la nostalgia. O, más precisamente, en el suicidio.

Antes de matarse, Juan Francisco Pulido llamó a todos y eludió escuchar de todos que no debía matarse -lo llamaron inútilmente a Minnesota Carlos Victoria, Luis de la Paz, José Abreu, Armando de Armas, Martínez Sotomayor y probablemente muchos otros-. Una vez muerto, quienes lo conocieron personalmente, y quienes no, lo convertirían en protagonista, o personaje, de sus relatos y poemas. Entre estos últimos figura el poeta Joaquín Gálvez, cuya magnífica pieza Sylvia Plath y Juan Francisco Pulido deciden seguir vivos es un juego de evocaciones entre suicida y suicida, entre la vida y la muerte. "¿Qué son esos punticos rosados y verdes?", se pregunta el propio Pulido en Páginas para un breviario, otro de los poemas que aparecen en la compilación. "¿Y esas manchas grasientas de muerte y vacío? / Al carajo la vida / -Soy libre, pero tengo sueño-".

Como asegura Rodolfo Martínez Sotomayor en el prólogo de un libro que desde ya debemos agradecerle, Palabras por un joven suicida es el tributo a una vida que "conoció desde la infancia los rigores de la opresión, los límites que el poder totalitario suele ejercer sobre el talento". Una vida que desfila por las páginas de esta antología reproduciendo los momentos más oscuros, pero también más nutritivos, de esa transición recurrente, brutalmente enriquecedora, a la que se ha dado en llamar exilio.

 
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