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'EL DESCENSO' El joven escritor cubano Alejandro Mesa (La Habana, 1994), nació con el período especial, de ahí, quizás, que su literatura sea tan especial, cargada de un recelo expresionista, por momentos caótica, donde predomina, en gran medida, una beligerancia entre las palabras que se intentan dominar. En Cuba se conoce como período especial a una crisis extrema (dentro de la crisis permanente que se ha vivido en la isla), que se hizo sentir en toda su fuerza en la década de los noventa. En esa etapa, se hablaba de la opción cero, algo que llevaba la supervivencia a conductas primitivas. Eso permeó la sociedad cubana, y su literatura. De manera, que escritores como Mesa, arrastran el negativismo social en sus genes, pero además, integran la primera oleada de jóvenes escritores cubanos que han comenzado a publicar en el nuevo milenio, en el siglo XXI, lo que puede interpretarse como un sendero por el que corren las nuevas voces. Su primer libro El descenso (Editorial Silueta, 2016), es una combinación de poesía, relatos y textos poéticos, que desdoblan a un escritor incipiente, con mucho que decir, con un mundo propio que ha de labrar, pero que produce mucho entusiasmo en los lectores. El pequeño volumen de 64 páginas, está dividido en dos partes: Purgatorio e Infierno. Como lector, quedé esperando por el Paraíso, lugar donde, según el cristianismo, se vive para la belleza, la luz y la armonía. Mesa no lo considera en su libro y eso es tan creativamente bueno, como sorprendente para el análisis. A este observador le resulta difícil poner en contexto este libro a partir de la corriente literaria insular más contemporánea, pues no dispongo de suficientes referencias para poder hacer una evaluación confiable. Quizás Legna Rodríguez Iglesias (1984), Abel Fernández Larrea (1978) y José Ramón Sánchez (1972), podrían serlos, pero entiendo que ellos responden a otro canon, tal vez más experimental y menos visceral. Algo que, desde luego, es también muy válido. Sin embargo, Mesa, desdobla su mundo interior, desafía desde un agresivo primer verso del libro. A su alrededor, destellan elementos que brotan del pesimismo, nunca del optimismo. Se queja de su realidad, de sí mismo, de ser apenas un feto, apunta a un aborto malogrado que dio paso a su vida. Fuma, lo mismo un cigarrillo, que hierba, fornica con los fantasmas: mi pecho aprendió a latir solo por casualidad. La primera parte del libro reúne 17 poemas numerados de manera ascendente, en el que van tejiéndose los desgarramientos del joven poeta. Yo solo quiero eternidad y Alzheimer. En varios poemas el transitar de un lado a otro es una constante: Por estos días me mudo, luego añade: ponerla con las otras jeringuillas. Más: El cigarro como una esquina donde dormir, también: Papá mezcló su esperma con cenizas, para añadir más adelante: Incluso a veces siento cosas,/ no es de suponer. Se reúnen tres textos en prosa. Dos breves, destacando el segundo, Autorretrato de Alejandro Mesa, relato que pudiera entenderse como el centro del todo el libro. Un autorretrato muy extraño, que en algo me recuerda el panel central de El jardín de las delicias de El Bosco, donde los monstruos, las torturas de los condenados, son sustituidos por símbolos propios. Un niño alegre, inocente, jugando con un perro, poco a poco se transforma en un horror kafkiano. El perro, ése u otro, quiere meterse en el interior de un feto lanzado a la basura. Es un perro sarnoso, olisqueando en todos los desastres y allí, los miedos que son como grilletes, se pueden palpar. Veo la muerte como piedra o como mar, suicidas fallidos drogados en un manicomio, donde cada parpadeo es una muerte. Si tuviera que utilizar una sola palabra para definir este libro en el caso de que esto fuera posible, no dudaría es escribirlo: autenticidad. Un libro escrito con las vísceras, fuerte, rebelde, sonoro, muy desenfadado. Bien lejos, aunque a veces todavía resuenan ecos, de la retórica posmoderna que tanto afectó la literatura cubana de los últimos tiempos. Un buen libro y un muy buen comienzo. |
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