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Noche
de la presentación del libro Es triste ser gato y ser tuerto
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Miami,
abril 29 de 2011
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Palabras de Rodolfo Martínez Sotomayor Siempre
duele la partida de los amigos, la muerte es la mayor certeza de la
ausencia permanente. La mente humana tiene sus mecanismos de defensa
que activa junto al olvido. Ya hace 10 años de la muerte de Pulido,
han pasado cuatro de la salida del libro: Palabras por un joven suicida.
Para los presentes que no lo conocieron en aquellos días, les
diré que Juan Francisco Pulido fue un niño precoz, un
adolescente que deslumbraba por su talento literario, que padeció
el acoso, la cárcel y la expulsión universitaria por sus
ideas a favor de la libertad. Después de la salida de aquel libro, a pesar de ese cosquilleo interno de haber hecho lo justo, de que no quedara en el olvido su fugaz y útil paso por la tierra. A pesar de que se agotara rápidamente toda la edición y que su nombre fuera recogido gracias a esta en la Enciclopedia del Español en los Estados Unidos, sus editores, Eva y yo, quedamos extenuados, y por esto a pesar de ser invitados a presentarlo en la Feria Internacional del Libro de Miami en aquel año, preferimos no hacerlo. Había sido demasiado intenso ese esfuerzo por recuperar su memoria. Conocer a su familia, escuchar de su madre Elisa, los testimonios desgarradores y a la vez llenos de esperanzas, de sus juicios que nos recordaban constantemente el valor de quienes no claudicaron ni renegaron de su fe. La amistad con la familia de Pulido dejó de ser el vínculo con su memoria para convertirse en un agradable encuentro donde se respiraba esa paz tan necesaria en el ajetreo cotidiano, en el materialismo impuesto por la modernidad. A veces era inevitable evocar a Juanki, un pasaje donde hablara de un cuestionamiento público al régimen o alguna de la relación especial con su familia, con su abuela. Hay un misterio en esa capacidad de ciertos hombres de vencer el miedo, de rebelarse ante el poder mutilador, de no ser manada y ponerse por encima de las multitudes que obedecen en silencio. Los que Martí diría que tienen el decoro de muchos hombres donde hay muchos sin él. Siempre me he preguntado cuál será la raíz o la semilla que hace crecer esa diferencia. Esa manía de explicar el comportamiento humano y a veces el propio, siempre lleva a una respuesta acertada o no. Una tarde supe que la abuela de Pulido había fallecido, la misa sería en St. Tomas The Apostle. Otra vez regresar a ese lugar donde unos años antes lo despedimos a él, era revivir las dudas, el misterio. Del altar llegaban otra vez las palabras que hablaban de la resignación al dolor, a la vida como un aprendizaje constante de las pérdidas, de pronto una armonía de violines eleva la solemnidad de aquel instante. La pieza, La bella cubana de José White tiene un mágico poder sobre mí. Me llegó a la mente entre aquellas notas, una pasaje del libro, El color del verano, donde Reinaldo Arenas escribe... Cada país, como todas las cosas de este mundo, tienen su contrario, y lo contrario a un país, es su contrapaís, las fuerzas oscuras que tratan de que sólo perdure la superficialidad y el horror, y que todo lo noble, hermoso, valiente, vital (el verdadero país) desaparezcan. El contrapaís... es la ramplonería monolítica y rígida; el país es lo diverso, luminoso, misterioso y festivo... Los violines intensifican su melodía como una caricia, me doy cuenta entonces que tengo ante mi la respuesta al misterio, allí estaba el país, en los acordes de sublimes habaneras, en el Adiós a Cuba de Ignacio Cervantes, en la imagen de Dulce María Loynaz blandiendo un abanico y diciendo ante una cámara, que prefiere no hablar de La Habana de hoy, que la excusen; en La Bayamesa de Céspedes y Fornaris, en el amor de Amalia y Agramonte, en todo lo luminoso y festivo que tenía nuestro pasado nacional. Ya La bella cubana se acerca a su fin, y comprendo entonces que un país muere si es arrebatada de él esa aristocracia del espíritu, que esas fuerzas del anti-país, resumidas en el comunismo en nuestro drama nacional, intentaron aniquilar con ensañamiento. Juan Francisco Pulido era un heredero de esa aristocracia del espíritu, además de poseer un extraordinario talento y estar en los antípodas de ese hombre nuevo a lo Guevara que nos quisieron inculcar. En su familia veía a cada paso ese culto por la verdad que lo engendró, aunque se pagara un precio alto por exponerla, y aún el talento literario, que ya sabemos que no se hereda, tenía entre el poder de fabulación de su padre y la sapiencia idiomática de su madre, los gérmenes para alimentar su pasión por las letras. Conocer a su hermana María Cristina, como diría un metafísico, fue cerrar el círculo del sincrodestino. Ella era la hermana querida de Juanki, que había ingresado en el monasterio a los 17 años. Actual profesora de Teología y de formación religiosa en el seminario San Carlos y San Ambrosio. María Cristina tiene una voz dulce, una candidez innata que transmite enseñanza humanista con su imagen. Ella hablaba con igual entusiasmo de religión que de Dostoyevski, decía que debía a Juanki la lectura de Los hermanos Karamazov y la recomendaba a sus alumnos. María Cristina había hecho un trabajo extraordinario al recopilar todos los textos publicados e inéditos de Pulido, sus cuentos poemas, testimonios, artículos, e incluso sus cartas. Estas últimas de gran belleza literaria. Me entusiasmé con la idea de su publicación, y así nació: Es triste ser gato y ser tuerto, una antología personal de Juan Francisco Pulido, en la que trabajaron con dedicación María Cristina, Eva Vergara y colaboradores de Silueta. Cuatro días antes de su partida, al más allá, como me dijo en su llamada telefónica antes de suicidarse; Pulido envió una carta a la escritora Belkis Cuza Male, donde decía: Soy un joven que llegó a este país hace un año y tres meses. Publiqué un libro antes de salir, libro que ganó el premio Vitral en 1999. Ahora estudio en la Universidad de St. Paul, Minnesota. En Cuba sufrí mucho. No sólo espiritualmente, sino también físicamente, la dura mano del totalitarismo. Tuve que crecer muy deprisa para poder entender todo lo que estaba viviendo. Al final no pude más y decidí abandonar. Mi renuncia se unió a la larga lista de derrotas. Llegué a este país y me sentí triste (es triste ser gato y ser tuerto). Pero poco a poco he ido descubriendo que el sol sala cada día, sin que importen los 20 grados bajo cero que he vivido, estoy en una crisis muy fuerte y no sé si saldré de ella. Sé que mis cuentos y mis poemas sí sobrevivirán. Tal vez en la cercanía de la transición final, Pulido tuvo la visión futura de los seres de excepción, quizás tenía fe en ese apotegma de Goethe cuando nos dice que la vida es corta y el arte largo. Horror largo y vida corta nos dirá Rolando Jorge en un poema. Lo cierto es que de alguna manera, y esto se suma al divino misterio, pudo presagiar lo que es hoy un hecho, que su antología personal: Es triste ser gato y ser tuerto, trascendería más allá de la vida. |
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