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Noche
de la presentación del libro Hablar de Guillermo Rosales
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Miami,
agosto 30 de 2013
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Palabras de Elizabeth Mirabal La presentación de este libro podría ser el momento propicio para intentar explicar varios misterios. Uno de ellos por qué dos jóvenes cubanos (de siete y ocho años de edad cuando Rosales se suicida a millas de distancia) se interesaron en una obra y un personaje del cual no se hablaba ni en las clases de literatura cubana ni en los panoramas culturales que ambos conocieron en la universidad. Podría ser también el instante para describir las jornadas de búsqueda en colecciones de revistas ajadas, en calles donde, como diría Reinaldo Arenas, las tuberías ya no dan más. Pero proceder de tal modo sería una injusticia. Lo que nos anima es haber escrito este libro por y para Rosales. Nada más. Hechos insólitos de su atribulada existencia, la génesis de su genio, las causas que lo condujeron a su exilio total, resurgen en sus primeros y desconocidos cuentos publicados en Cuba, las más remotas colaboraciones periodísticas, sus historias la mayoría inéditas, las voces de amigos, colegas de trabajo y familiares, mas sobre todo en sus dos novelas. De noticias aisladas, fotografías de ejemplares prestados de Boarding Home, de indicios apenas, quisimos reconstruir el intenso universo que se gestó a su alrededor. Y ahora en la ciudad donde Rosales alcanzó el más importante premio literario de su vida, pero también (y es triste decirlo) la resolución para morir que anidaba en él desde La Habana, se da a conocer un libro que la Editorial Silueta ha corrido el riesgo de publicar. (Y digo riesgo porque Rodolfo Martínez Sotomayor y Eva Vergara, que acogieron este proyecto con una profesionalidad a toda prueba, han enfrentado el peor de todos: los ataques y el distanciamiento de quienes hasta entonces ellos consideraban sus amigos. Ha pesado más el resentimiento y la sospecha política que la dicha de que se realice un acercamiento crítico a uno de los más talentosos escritores cubanos, y a la vez emblemático de la tragedia que nunca han dejado de padecer los genuinos creadores de la Isla. Aunque también hay que reconocer que de los escritores radicados en Miami son más los que nos han abierto las puertas con generosidad que quienes han decidido permanecer encerrados en su atalaya de suspicacia. Lo cierto es que muy a lo pop art, Rosales nos contempla desde la cubierta a ratos joven, a ratos viejo, a veces triste, a veces mostrando una leve sonrisa. La picardía que se desdibuja ya para siempre tras un tupido bigote nos recuerda a Ibsen cuando aseguró que el hombre más fuerte es el más solo. La vida de Rosales sustenta una advertencia: los cubanos no somos siempre esos seres luminosos y felices, dispuestos al baile y la diversión ilimitada. Encarnamos también el espíritu casaliano, el de la risa ensangrentada y fulminante, el del cuerpo minado por la fiebre, el del frasco de barbitúricos al borde de la cama, el de la sábana trenzada en la rama de un naranjo dispuesto para ahorcarnos, el del pistoletazo que irrumpe irreverente en una historia literaria que está lejos de la playa paradisíaca y el mojito helado. Con Hablar de Guillermo Rosales Carlos Velazco y yo sentimos que comenzamos a saldar una deuda íntima y autoimpuesta con la obra de un gran escritor cubano que echó por tierra la imagen prefijada del intelectual exitoso. Nos complace habernos unido a Rosales en la comunión de un libro, algo impensable hace cinco años, cuando aun siendo estudiantes, nos implicamos en las primeras tentativas por conocerlo más. Su destino desmiente aquella certeza de Marguerite Duras cuando dijo que escribir, ahora, la mayor parte de las veces no era nada. La obra de Guillermo Rosales es una pústula en el lastimado cuerpo narrativo cubano. Pero una pústula en flor. |
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