Como un desfile de máscaras de Wifredo Lam –donde hay truenos y rayos, luz y maleza, guerreros y muerte, esto es: magia humana, demasiado humana–, se van sucediendo los poemas de este libro. Resonancias que bien podrían hervir en aquella “cazuela abierta puesta al fuego de los trópicos”, que teorizara don Fernando Ortiz. Cada verso se sostiene en una difícil claridad, propia del tiempo mítico, acaso épico, donde no importa el forcejeo de la sintaxis, sino la complejidad de los eventos, el impulso de la fábula. “¿Quieres mirar? /¿Quieres saber? /¿Quieres andar?”, se lee en el poema inicial de Y Olodumare dijo ashé, para así, como diría Lydia Cabrera, “transmutar un simple léxico en una fuente de poesía”.

Pablo de Cuba Soria

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