'BARRIO AZUL'
Por Pío E. Serrano, Revista Hispano Cubana
Número 33, 2009

Como Oscar, el personaje de Günter Grass en El tambor de hojalata, Tavi, el protagonista de Barrio Azul, desde el asombro y la perplejidad de la mirada de un niño, se dispone a revelarnos un universo, que si no todo es el paraíso con que algunos identifican la infancia, sí se elabora con esa sustancia mágica destinada a alimentar los sueños que nos acompañarán el resto de nuestra existencia.

Desde la rejilla de mimbre en que hinca sus inquietas rodillas, Tavi, embelesado por ese primer viaje en tranvía que siembra en su memoria, nos asoma al mundo afectivo que lo abraza, -la cercanía del padre, la madre omnipresente, la complicidad de los hermanos-, al telón de fondo de una ciudad, cuya cartografía se irá entrelazando entre visitas a familiares más o menos cercanos y las exploraciones que el pequeño aventura en su entorno. Una historia cordial -brota del corazón- donde la ternura parece limar las aristas más crueles que se cruzan en el camino del niño que se inicia a la vida.

De la urdimbre del paisaje, siempre revelación y sorpresa, y de la cálida humanidad que lo envuelve y protege se alza la memoria discontinua de Tavi, desde la tardía década del cuarenta hasta 1958.

Voraz voyeur, la mirada del niño va desplegando las argucias menudas y los estremecedores bandazos de la existencia. La irrupción de la muerte, desaparición y olvido, avanza en el relato, cerrando y abriendo ciclos, contrapunteada con el brillo fugaz de los gozos infantiles.

Cumple con esta obra el autor la temeraria saga -una pentalogía- que, alguna vez, se impuso en La Habana, mientras acariciaba el desesperado anhelo de poder abandonar la ciudad -y el país-, donde sueño y pesadilla se entretejían en el fondo de su conciencia.

En efecto, Barrio Azul, es la cuarta entrega de la serie El olvido y la calma, precedida por Siempre la lluvia (1994), Sabanalamar (2002) y Dile adiós a la Virgen (2003), los sucesivos avatares del pequeño Tavi. A sus lectores nos queda aún por recibir la quinta y conclusión del ciclo, El instante en la que actualmente trabaja.

La propuesta de Abreu ha sido la concepción de una obra total. Obsesionado por el peso dramático de una memoria ardiente a la que todo le incumbe -la huella familiar, la historia, las peripecias personales, la denuncia…-, el autor ha optado por un Bildungsroman dilatado, que lo absorbiera todo, donde la fragilidad de la existencia, el sentido mismo de la vida, el azar y la necesidad, la voluntad y sus derrotas, el amor y sus perturbaciones, la fatiga del sexo, la resistencia al poder totalitario y la precariedad del exilio se funden en un inquietante fresco que abarca más de medio siglo.

No conozco otra gesta literaria en la cultura cubana, no sólo de su dimensión sino de vocación tan amplia y abarcadora en su minucioso relato, como este ciclo que nos propone José Abreu.
Abreu, sin duda ferviente lector de Marcel Proust, quien en su obra magna encierra también un período de más de medio siglo (1840-1915), comparte con el francés "la búsqueda de un tesoro: el tesoro del tiempo, oculto en el pasado", al decir de Vladimir Nabokov. Pero, mientras Proust somete la sustancia de su inspiración literaria a un prisma que adelgaza la realidad social, el entorno político, la gruesa línea de la historia para entregar un exquisito juguete acerca del fluir del tiempo, cuyos mecanismos interiores son los resortes subliminales, la intuición y las asociaciones involuntarias; José Abreu se aferra a una mirada retrospectiva total, que no excluye la minuciosa evocación del pasado privado pero que sí se obstina en restablecer el pasado con todas sus consecuencias, donde la persona se rebela al abrazo mortal de la historia. Si Proust disfruta del lento fluir del río de su escritura, Abreu padece la ignición que vuelca en sus páginas.

En el futuro se volverá sobre este ciclo, El olvido y la calma, para encontrar en él las huellas de aquella intrahistoria unamoniana que dota de vísceras, sangre y humores el enteco relato óseo de la Historia. Depósito, esta pentalogía, de todo lo que la objetividad académica del historiador quedará marginado, condenado al olvido.

 
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