UN EXORCISMO HIGIÉNICO Y LIBERADOR
Por Carlos Espinosa Domínguez, Cuba Encuentro
Viernes, 12 de noviembre de 2010

En Cuerpos al borde de una isla, Reinaldo García Ramos saca a la luz los traumáticos y dolorosos recuerdos de su salida por el Mariel, unas vivencias, ha expresado él, que quisiera no haber tenido.
Reinaldo García Ramos (Cienfuegos, 1944) fue integrante del grupo de escritores jóvenes que se aglutinó en torno a las Ediciones El Puente. Bajo ese sello dio a conocer en 1962 su poemario Acta. Después estudió Letras en la Universidad de La Habana, en la cual se graduó en 1978. Durante varios años trabajó como redactor. A él se debe la Valoración Múltiple sobre el novelista uruguayo Juan Carlos Onetti, que la Casa de las Américas editó en 1969. También tuvo a su cargo, como compilador y editor, la voluminosa y cuidada antología de cuentos de Guy de Maupassant, que Arte y Literatura publicó en 1974. Era ésa la actividad que García Ramos desempeñaba en 1980, cuando se produjo el éxodo masivo del Mariel. Decidió entonces emigrar a Estados Unidos, a donde llegó como parte de los 125 mil cubanos a quienes las autoridades de la Isla catalogaron como "escoria".
Treinta años después de haber salido, García Ramos ha plasmado lo que vivió durante aquellos días en Cuerpos al borde de una isla. Mi salida de Cuba por Mariel (Editorial Silueta, Miami, 2010). Acerca de las razones que lo llevaron a escribir ese libro, expresa en la nota que incluye al final: "Mi objetivo primordial es dejar constancia de lo que padecí, sobre todo para las generaciones más jóvenes, pero bien sé que mi relato no agota el tema. Otros contarán más adelante -o ya lo han hecho- su propia porción de aquellas vivencias y describirán sus propios sufrimientos. De ese modo espero que un día podamos completar el panorama aterrador de lo ocurrido en Cuba durante 1980 durante la crisis de la embajada del Perú y del puerto del Mariel".
García Ramos ha escrito, pues, un testimonio donde relata sus vivencias en aquellos días. El hecho de que volviese sobre éstos tres décadas después ha obrado a su favor. Le ha permitido enfrentarlos desde otra perspectiva, tanto en lo que se refiere a la visión que hoy tiene de ellos como en la manera como los ha plasmado. En el primer aspecto, la distancia aportada por el paso del tiempo le permite reflexionar y rememorarlos con más objetividad, puesto que las heridas están más o menos cicatrizadas. Como él ha apuntado, "ahora puedo recordar los incidentes de mi salida con cierto aplomo razonable; los puedo ver como lo que fueron en definitiva: las etapas de una liberación".
Respecto al segundo punto, eso hizo que volviera sobre unas páginas que redactó a los pocos años de haber llegado a Estados Unidos. En el primer número de la revista Mariel, de la cual García Ramos fue uno de los editores, aparece un texto suyo titulado "Todo el padre". Allí se dice que es un capítulo del libro El país o sus sueños, un testimonio poético sobre su salida de la Isla. Al comparar ese texto con "Mi padre va y viene", que vendría a ser su equivalente en Cuerpos al borde de una isla, las diferencias son notorias: se trata de dos versiones muy distintas. Eso evidencia la reescritura a fondo a la cual fue sometida aquella primera versión. El estilo lírico, solemne y cargado de angustia ha dado paso a una prosa más flexible, cercana al buen periodismo. Asimismo García Ramos abandonó la estructura de un largo poema en prosa y adoptó la de una obra narrativa, que incorpora personajes, diálogos y anécdotas.
Para plasmar su testimonio, García Ramos adoptó la forma convencional de un relato ordenado cronológicamente. Eso, sin embargo, le posibilita un desarrollo fluido de los sucesos que cuenta. De igual modo, utiliza como vehículo expresivo una escritura accesible, precisa y eficaz, en la cual ha eliminado todo lo superfluo. En su tratamiento de ese material, que en gran medida es autobiográfico, evita caer en la crónica y también prescinde de los subrayados, el énfasis y la manipulación emocional. Asimismo dosifica el relato a la manera de un narrador, creando expectación e intrigas acerca de cómo se van a desarrollar y resolver los hechos. El resultado de todo ello cristaliza en un libro que se lee con sumo interés, como si se tratase de una novela.
Pero Cuerpos al borde de una isla dista mucho de ser una obra de ficción. Uno de sus mayores valores es precisamente el aportar un esclarecedor e inestimable testimonio autobiográfico sobre una página de nuestra historia más reciente. Su autor, así nos lo advierte, reordenó algunos incidentes y cambió el nombre de algunos de los personajes, muchos de los cuales aún residen en Cuba. Fuera de esos detalles, lo que cuenta en su libro ocurrió tal cual, aunque al igual que él, muchos desearíamos que no hubiesen tenido lugar.

Un delirante desfile de autoinculpaciones
En el capítulo con el cual se inicia el libro, García Ramos resume muy bien la atmósfera bajo la cual se vivía en la Isla. La población había aprendido a leer entre líneas la prensa (no vale la pena aclarar oficial: no existe otra), a desentrañar sus expresiones cifradas, a deducir a través de lo que no dice. El misterioso editorial aparecido en el periódico Granma, el 7 de abril de 1980, podía muy bien ser una trampa para que las personas descontentas con el régimen se delataran y, como comenta García Ramos, "meternos a todos en la cárcel, junto con los refugiados de la embajada (del Perú)". La vigencia de los viejos fantasmas se pone de manifiesto en otro detalle: un amigo suyo pensaba llamar a algunas misiones diplomáticas de países capitalistas para saber si iban a recibir refugiados, pero no lo haría desde su casa, sino a través de un teléfono público. Y cuando el autor de Cuerpos al borde de una isla llama a otro amigo, por el tono de cautela y recelo con que uno de sus parientes le contesta se da cuenta de que su amigo se ha metido en la embajada del Perú. Se trata, en fin, de ese metalenguaje de monosílabos, frases indirectas y mensajes en clave que se desarrolla en aquellos países donde el Estado mantiene un férreo control de sus ciudadanos.
Tras la rabia por no haberse enterado a tiempo para sumarse a los asilados y el miedo por no saber cómo iba a terminar aquello, García Ramos narra las gestiones que pasó a hacer, una vez que se abrió el puente marítimo del Mariel. No voy a repetir aquí torpemente todo lo que él narra tan bien en su libro. Solamente quiero referirme a un par de pasajes que pienso pueden dar una leve idea de la odisea que le tocó vivir.
Una de las maneras más fáciles y efectivas de obtener el permiso de salida era el autoinculparse de aquellos delitos suficientes para ser incluido en la categoría de escoria. Eso hizo, comenta García Ramos, que a los pocos días "el gentío que se empezó a formar ante las estaciones de policía (…) no fue de personas que sacaban a la luz acusaciones relegadas al pasado o circunstancias reducidas a un presente confidencial, sino el de cientos y cientos de individuos que, con elogiable cinismo, se atribuían fechorías provenientes de su imaginación". Ante ese delirante desfile de autoinculpaciones a todas luces falsas, la policía reaccionó con similar falta de rigor: "Cuando el aspirante a 'escoria' concluía su relato, nadie comprobaba la veracidad de los hechos; no parecía haber tiempo para esos lujos de la justicia". (En su novela Al norte del infierno, Miguel Correa incluye un divertidísimo monólogo titulado "Una mujer decente", en el cual recrea de modo irónico aquellas acusaciones contra uno mismo.)
A eso se sumaban el escarnio y las humillaciones a las que después muchos futuros emigrados fueron sometidos. Durante la entrevista que tuvo que pasar, un policía preguntó a García Ramos: "Aquí dice que tú eres pájaro…". Él empezó a balbucear algunas palabras, pero el policía no lo dejó terminar: "A ver, ¡camina para allá un poco! -y le hizo señas a otros guardias con la mano, para que se acercaran y miraran-. ¡Dale, párate y camina!". Quería ver, anota García Ramos, "si yo me contoneaba, como su cerebrito le decía que todo homosexual debía hacer". En Antes que anochezca, Reinaldo Arenas cuenta que tras haber tenido la precaución de reconocer que era homosexual pasivo ("un amigo que dijo ser activo le negaron la salida"), fue obligado a hacer lo mismo: "A mí me hicieron caminar delante de ellos para comprobar si era loca o no; había allí unas mujeres que eran psicólogas. Yo pasé la prueba y el teniente le gritó a otro militar: "A éste me lo mandan directo". Aquello quería decir que no tenía que pasar por ningún otro tipo de investigación política".
Esa nueva perspectiva con la cual García Ramos asumió sus recuerdos de aquellos traumáticos días también se pone de manifiesto en que ahora puede desplegar una mirada más reflexiva e irónica. Lo primero está presente a lo largo del libro, y se refiere a su capacidad de ir más allá del relato pormenorizado, intenso y vívido y desentrañar las causas y los entresijos de aquellos sucesos. Los ejemplos que lo ilustran son varios, pero únicamente quiero mencionar uno, el capítulo titulado "La escoria 'fingida'". Allí hace un atinado deslinde de ese grupo de emigrados y además analiza cómo el Mariel proporcionó al Estado cubano la oportunidad de desactivar y desterrar de la Isla a todo un sector de desclasados no temporalmente, sino por el resto de sus vidas.
En cuanto a la ironía, García Ramos la emplea en aquellos pasajes en los que resulta eficaz. Copio este fragmento, que corresponde al momento cuando es llamado para entregarle el documento con el que podrá salir: "Pasé la barrera y estuve a punto de besar las manos del oficial que enseguida me dio el pasaporte. Agarré bien aquel librito gris y sólo lo abrí un segundo para comprobar el nombre y ver si no me habían puesto una foto equivocada. Todo estaba correcto: era yo, era mi nombre. La República de Cuba y su Gobierno Revolucionario me acogían en su seno, con galas burocráticas y fanfarrias, me amparaban y me aceptaban, con el único y bendito propósito de expulsarme. Sin volverme para mirar a Danilo, salí disparado hacia la guagua".
Cuerpos al borde una isla finaliza cuando, después de numerosos obstáculos e incidentes, García Ramos toma el camaronero que lo llevará a Estados Unidos. Cuenta que cuando el barco salió de la bahía del Mariel y empezó a navegar entre un fuerte oleaje, miró hacia atrás y vio que la costa ya se había hundido en el horizonte. Y cierra su testimonio con estas palabras: "En ese instante me di cuenta de que el tiempo había estallado en dos pedazos enormes que empezaron a alejarse uno del otro, como cuerpos astrales de carga opuesta. En el medio, en un vacío reciente sin moléculas, sin gestos, sin predominios ni rechazos, quedaba para siempre el mar".
Cuerpos al borde de una isla será presentado por su autor el viernes 19 de noviembre, a las 6:30 pm, en la sala 3209, edificio 3, Wolfson Campus, Miami-Dade College, dentro de la programación de la Feria Internacional del Libro de Miami.

 
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