'ALEJANDRO FONSECA ENTRE EL TIEMPO Y EL ESPACIO'
Por Joaquín Gálvez, Diario de Cuba
Jueves, 19 de enero de 2012

Una selección de poesía, al igual que una antología personal, presupone el arribo de un momento cumbre en la vida de un poeta. Pero no por la cantidad de lo producido en materia literaria, sino porque al aunar sus poemas el lector será capaz de reconocer los rasgos de una escritura, es decir, un corpus que ya ha podido alcanzar su propia identidad y cuya correspondiente excelsitud le otorga el nombramiento de obra.

De un tiempo deslumbrado, selección de poesía (1986-2009) de Alejandro Fonseca (Holguín, 1954), ejemplifica lo antes mencionado. Nos encontramos ante una poética de considerable consistencia formal, con un patrón estilístico y un tono apenas invariable, los cuales engarzan muy bien con los temas abordados y le imprimen un sello a su voz.

El conflicto sujeto-realidad, presente en casi todos los poemas de este libro, queda resuelto por el despliegue de un lenguaje que trasluce la disección del espacio existencial del poeta, pero que sutilmente solo muestra sus bordes, tal como si fuera una mueca o una insinuación. Este sesgo le permite atravesar el terreno pantanoso de una realidad, en este caso la cubana -llámese Cuba o Miami- sin hacerla manifiesta, y que, sin embargo, puede ser atrapada a través de una rendija, por donde se asoma la mirada poética, para situarnos en otra realidad, claro está, más trascendente: "Solo el tiempo te asedia/ y poco a poco en tu cuerpo aparecen signos, temores,/ y se hace más grande, más terrible como un lugar prohibido, el recuerdo".

Esta selección reúne poemas de sus seis libros que han alcanzado la imprenta, de los cuales cuatro fueron escritos y publicados en Cuba. Al leer sus primeras entregas, dadas a conocer en varias publicaciones a principio de la década de los 80, constatamos los trazos de una poética que mira la realidad desde una óptica individualista y crítica, por lo que se aparta del triunfalismo y el tono laudatorio que no escaseó en la poesía cubana durante las décadas del 60 y 70. No obstante, en los poemas de Fonseca la realidad no aspira a ser mero retrato, sino que se amalgama con el tropo poético para dejarse ver de una forma difusa. En su poema "De los sueños", leemos: "En la madrugada confluyen laberintos/ se siente como si detrás de la puerta alguien eterno escuchara mi silencio./ Mañana será un país de incertidumbre/ que con torpeza escogieron los ancestros".

La obra poética de Alejandro Fonseca constituye toda una indagación sobre la condición humana, aun cuando está enmarcada en esas dos provincias del universo que son Holguín y Miami. Apelando al lugar común: la naturaleza humana es la misma en cualquier lugar del mundo. Si la impronta de Eliseo Diego está presente en este libro, la misma se reduce al tratamiento de ciertos temas como el paisaje, las costumbres y la familia. A diferencia del poeta origenista, Fonseca no puede conciliarse con su medio. Desde muy temprano lo asalta la duda, que lo induce a decir: "Creí ser el huésped seguro del paisaje…/ Y me rodean de lobos que ensayan un mismo discurso". Su voz está signada por esa mácula que asola al "sitio donde mejor se está", y se refugia en esas calles, montañas y litorales de su infancia, que aún lo deslumbran.

En los poemas pertenecientes a sus dos últimos libros Ínsula del cosmos y La náusea en el espejo, en los que se inscribe la experiencia del exilio o la diáspora, en la ciudad de Miami, Fonseca conduce al lector hasta las lindes de su limbo existencial. Desde ese punto extremo nos revela sus visiones más confidenciales sobre su ámbito y los seres que lo habitan. El desarraigo y la memoria se convierten en el tema axial de estos poemas. El poeta se debate entre el desasosiego de un presente que le resulta ajeno y el pasado que lleva a cuestas como Sísifo con la roca, pero al que, inevitablemente, permanece atado: "Tuve la llave de un paisaje y sus natalicios/ Los espejos captan el espionaje de mi rostro/ Pero soy el que siempre regresa tanteando con furor el borde de una isla".

El dilema que acecha a Fonseca está simbolizado por dos palabras: archivo y espejo. Es decir, pasado y presente, anverso y reverso de una moneda que, como elementos de contraposición, se repelen y convergen a la vez, trazando un mapa independiente donde se ubica la geografía existencial del poeta. En efecto, Fonseca toma distancia y opta por el papel de ente pasivo de su medio, posición privilegiada que le permite ser un observador de lente agudo, para así darnos un testimonio desprovisto de toda tendencia épica, cuyo único compromiso son los dictados de su voz.
Como toda selección poética, ésta es un muestrario de la evolución de su hacedor; para bien suyo, in crescendo, a diferencia de otros poetas que se han malogrado con el tiempo. A medida que nos adentramos en las páginas de este libro, encontramos versos más depurados, despojados de innecesarias adjetivaciones; el ritmo se torna más pulsante y el léxico resulta más acerado al intensificarse el conflicto entre el poeta y su medio.

Al igual que a Heberto Padilla, a Fonseca el tiempo (deslumbrado) le negó el peso de su luz, esa aurea aetas que tanto nos pertenece, tal como enuncia al final de su poema "Ciudad con nosotros". Ah, otro poeta que se autoexpulsa del juego (peligroso) de la historia. Desde la orilla que lo vio nacer, presagia: "Y me inquieta la otra orilla desconocida…". Y bajo la certeza y los designios emprende el viaje hacia la otra orilla, acaso para convenir con la sentencia de Cavafis: "No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá".

A la manera del antihéroe existencialista, el atisbo hiperconsciente con que este poeta discurre la realidad lo lleva a ver "la náusea en el espejo". De hecho, advierto que éste es un libro no apto para los que buscan asirse a un credo, ni mucho menos a complacencias multitudinarias. Más allá de agendas y posturas políticas, Fonseca, con una visión determinista, llega a la conclusión de que el exilio es una condición de la existencia, ya sea fuera o dentro del territorio natal.

De un tiempo deslumbrado constituye en sí mismo el tiempo sin horas y el espacio sin fronteras: la ínsula que ocupa la atemporalidad del cosmos. De esta forma, Alejandro Fonseca desecha todos los dioses; aunque solo le queda un credo para hacer de su bitácora un acto de confirmación poética: la palabra y su posible patente de belleza.

 
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