'RETRATO DE NUBIA': EL RETO DE CONCEDER IDENTIDAD A VIVOS Y A MUERTOS
Por María Cristina Fernández
Lunes, 15 de enero de 2018, Revista Conexos

En la novela Retrato de Nubia, del escritor cubano Rodolfo Martínez Sotomayor y presentada el pasado noviembre en la Feria del Libro de Miami, la identidad como condición que distingue a un individuo de un rebaño es puesta en entredicho. Cada personaje es quien dice ser, más un suplemento; una añadidura para parecerse a la vida con sus intríngulis caprichosas y aleatorias. Jorge, uno de los protagonistas, es un empleado ambicioso en una compañía de ventas, pero es también escritor, y hasta deviene en un presunto asesino que logra demostrar -a la justicia, no al lector- su inocencia en la muerte de una muchacha encontrada flotando en los Everglades. Nubia, tampoco será solo una actriz, aunque en ello ponga toda su vocación y empeño. También ha trabajado en la compañía de Jorge y ha fingido ser la amante del jefe, mientras disimulaba su verdadero interés en el primero. No son equívocos, son el trazado con que el novelista intenta reproducir un modo de relacionarse los personajes, regodeándose entre jerarquías y oscuras ambiciones de poder. El teatro de la vida. El otro teatro, donde actúa Nubia, no es más que una salita adaptada para esos fines "al lado de una gomera con torres de neumáticos". Improvisación de espacios y reinvención de sí mismos, esa parece ser la divisa de una ciudad cundida de inmigrantes que liberan sus tentáculos alrededor a ver hasta dónde abarcan. Aun así, Nubia conserva una cierta inocencia en su vocación y repetirá su parlamento hasta aprendérselo como una certeza: "Desprovista de mi cara, me pierdo, me abrazo a la oscuridad de la luz".

"El histrionismo es como un vicio que se extiende a la vida", pone el escritor esta frase en boca de un personaje. Histrionismo que encarna perfectamente Vivian en su papel de demostradora de productos en una feria, contratada por Jorge. La balsera lo hace bien; tiene el talento innato de quien sabe que en esta sociedad hay que ser un buen demostrador de productos, incluyendo la mercancía erótica, que muy pronto dará de probar a Jorge, su jefe eventual. Tal vez la excepción de esta regla sea el romance de Nubia con Marcos, quien llega a su casa mimetizada… ¡en cuidadora de su anciana madre! Marcos, el ex-profesor repudiado en Cuba por su salida por Mariel, es uno de los personajes más consistentes de la novela. En sus diálogos con Nubia trata de traspasar a Nubia, la muchacha del tatuaje falso, un saber libresco, pero que también parte de su observación de la conducta humana. Cabría decir que Marcos es también un descreído, o mejor, un creyente en la relatividad de la inteligencia y un escéptico ante la Historia y la perfectibilidad de la naturaleza humana, al que salva lo infalible del afecto.

Los capítulos para mí más disfrutables de la novela ocurren en torno a los eventos de muerte. No por gusto el libro está dividido en cuatro partes numeradas como Cuadernos de Necrofilia. La muerte tiene diferentes ecos, varias máscaras, que comienzan con la desconocida encontrada en los Everglades, muta de rostro en el diálogo entre Nubia y Marcos alrededor de un suicida precoz llamado Carlos (remedo evidente del escritor Juan Francisco Pulido). "Parecen candilejas esas luces sobre el crucifijo que te ampara, y allí está tu cuerpo. Parece que va a levitar mientras te miro." Este degustar lo fúnebre como una puesta en escena más, se exacerba en el funeral de la madre de Marcos, uno de los capítulos más logrados, donde la pléyade de amigos literatos se embarcan en una conversación donde asoman Allen Ginsberg, Kurosawa o Yasujiro Ozu. Aquí la ambientación será menos eclesiástica: "…esto parecía una escenografía de una película de Antonioni, las aburridas metatrancas de la incomunicación". Lo mortal se vuelve una obra de premeditación exquisita cuando le toca su turno al propio Marcos, cuyo suicidio permitirá luego el monólogo sobre su cremación. Esa madre y ese lago nos harán evocar sin dudas al fantasma de Carlos Victoria, pero solo como una huella leve, un fantasma que saluda y se va. "Pensó que quizá la seguiría, como en un viaje, así percibía la muerte, un viaje donde se perdía toda ambición en el camino, tan solitario y misterioso como el nacimiento". La muerte como posibilidad de la dejación de la máscara, el cese de la vida como representación.

Hay ciertos capítulos donde se filtra la perspectiva del mundo adolescente del entorno cubano de las becas en el campo. Aunque estos flashbacks sean justificados por las referencias al pasado de algunos personajes, para mí crean ciertas disonancias en la novela. Esto es una impresión subjetiva, lo mismo que hubiese preferido que el capítulo "La última función" no tuviera ese tono relamido en la descripción del desnudo de Nubia. La representación de la actriz puede parecer airosa porque ha sobrevivido a todo un círculo de confusión y muerte, y ha perdurado en su sueño de hacer teatro en una ciudad tan dura con quienes practican un arte sin concesiones, pero se contradice con esa imagen de vaudeville con que aparece en escena. Más lamentable, y a causa precisamente de ese no querer hacer concesiones, es el desenlace de sus maestros Raúl y Julia, quienes, como el Cándido de Voltaire, no encuentran otra alternativa que irse a cosechar tomates en una finca en Homestead.

 

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