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LUIS DE LA PAZ: "TIEMPO VENCIDO" O LA DESGRACIA DE LA MEMORIA
Por J.
A. Albertini, Enfoque
3 Magazine
Miércoles, 3 de febrero de 2010
"El
gran enigma de la vida humana,
no es el sufrimiento, es la desgracia".
Simone Weil
Una
mano poderosa, sólida, descomunalmente furiosa me agarró
del brazo, tiró de mí y con un tono que sólo invitaba
a llorar de miedo me dijo: "¡Estás preso maricón!
¿Tú no sabes que en este país no se puede hablar
con extranjeros?".
Así
se dice en El hombre de lejos, relato que encabeza las quince
historias que se aprisionan en la obra más reciente de Luis de
la Paz: Tiempo vencido. Un logro más de la Editorial Silueta
y su director, el también hombre de letras, Rodolfo Martínez
Sotomayor.
En esta narración, desde mi punto de vista, se encierra buena
parte de la temática que el autor a través de sus anteriores
libros de cuentos, Un verano incesante y El otro lado
ha venido desarrollando como escritor de ficción, que en verdad
no es tal ficción.
El
hombre de lejos es un relato de contenido autobiográfico.
En él, un niño que por su corta edad desconoce que vive
en un país de sociedad férrea y totalitaria; dentro de
una época en la que ver extranjeros en Cuba, provenientes de
naciones democráticas, era inusual, y muy peligroso para el ciudadano
común hablar y confraternizar con ellos, al llamado de una mujer,
bella y olorosa, que busca una dirección se aproxima e intercambia
con la señora, que lo intimida por la vestimenta y la tersura
de su piel blanca, algunas palabras que en su azoramiento infantil nunca
recordará. Y es entonces, cuando la extranjera, dejando una estela
de irrealidad, prosigue su camino, que al pequeño, que no es
otro que Luis de la Paz, le sucede lo que describe el fragmento narrativo
que inicia esta reseña.
En
una lectura que Luis de la Paz realizó hace algunos años
en un evento literario, (Conversando con el autor) auspiciado por el
Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio y el Koubek Memorial Center
de la Universidad de Miami, escuche por vez primera el, por entonces,
cuento inédito El hombre de lejos. A partir de aquella
ocasión, conocedor de la obra de Luis de la Paz, comencé
a encontrar una conexión entre el relato citado y todos los demás
que han brotado de la pluma de este magnífico narrador.
La
mayoría de los personajes de los cuentos-novelas (así
les llamo, tal vez caprichosamente) de Luis de la Paz se me antoja están
signados por el azoramiento del niño que desconoce por qué
es vejado y amenazado con un castigo incomprensible. Están marcados
por la turbación del ser humano que no sabe dónde hallar
el bien absoluto o asomarse al mal eterno. Están escogidos por
un destino absoluto, en el cual el individuo espera consumiendo vida,
sumergido en pozos de memoria a que el sufrimiento diario y habitual
desemboque en una tragedia inevitable de aburrida cotidianidad, no necesariamente
plasmada en los cuentos, pero sí presente en el recuerdo y la
vida de los personajes. Personajes, la mayoría de las ocasiones,
de vidas discretas y poco interesantes, pero llenas de una desazón
existencial que atrapa al lector para decirle: "Soy tan o más
real que tú. Y tú eres tan o más literatura que
yo".
La
pared frente al flamboyán, otra de las narraciones que integran
el volumen, tiene ese hálito de final obligatorio al que hago
referencia. Madre e hijo, en días establecidos, visitan el mausoleo
en el que yacen los restos del que fuera cabeza de familia. La madre
lava la losa, imitación bronce, y pule las letras metálicas
que dibujan el nombre del occiso. El hijo, Francisco, fuma, espera y
piensa. Al atardecer regresan al hogar. Francisco, en los crepúsculos
que se hacen noche calla y sigue fumando. La madre muere y ahora es
Francisco, quien en compañía de la esposa, que la progenitora
no conoció, concurre al camposanto, limpia la lápida y
bruñe los caracteres dorados que evocan a los seres amados. Francisco
y la compañera sentimental, como siempre ha sido, antes del ocaso,
retornan al hogar. En la oscuridad temprana ella mira la telenovela.
Él ya ha fumado. Ahora dormita y posiblemente tenga algún
oculto y onírico recuerdo que se adentra en el final. El previsible
final de su existencia. En el panteón familiar, en letras áureas,
su nombre aguarda.
La
otra cara de la luna es una de las historias de Tiempo vencido
en la que palpita el final ineluctable que acompaña a los personajes
que animan las narraciones de Luis de la Paz. Un afamado escritor cubano,
luego de décadas de exilio político regresa a Cuba, a
la Universidad de La Habana, donde pronuncia un discurso magistral.
Los años de tiempo y lejanía han maltratado y avejentado
su figura. Y describe una parte del cuento:
aunque el hilo
conductor de su obra literaria había sido la relación
del hombre y la muerte, en su discurso el tema no fue abordado. Sin
embargo, se detuvo a enjuiciar algunos temas contemporáneos y
dijo que "la compañía virtual no era más que
patética soledad física"
Y concluyendo
la conferencia, en medio del estruendo de los aplausos, el escritor
muere. Fallece en el Aula Magna de su querida universidad. Vino a concluir
el camino sobre la tierra que le vio nacer y que la distancia física
jamás logro atenuar en el recuerdo. Allí estaba el destino
agazapado, parafraseando a Jorge Luis Borges, en un rincón del
tiempo, no muy lejos de la línea agotada de su existencia.
Si
fuese a comentar el contenido de la totalidad de estas quince narraciones
este trabajo dejaría de ser una reseña literaria de estilo
periodístico para convertirse en un largo e interesante ensayo,
que en verdad ya requiere la obra total de Luis de la Paz. Sin embargo,
los tres cuentos que he mencionado pueden ofrecerle al lector una visión
de la cuentística y de las ideas filosóficas que emanan
de la pluma de este creador.
Luis
de la Paz es cubano. En el año 1959, cuando Fidel Castro asaltó
el poder, contaba tres años de edad. Por lo tanto toda su vida
de niño, adolescente y adultez temprana transcurre bajo la represión
del régimen castrista. A muy temprana edad descubre su vocación
de escritor. Por entonces, conoce a creadores mayores que él,
entre ellos Reinaldo Arenas, los cuales le plantan la impronta del amor
por la literatura libre de compromisos que no sean otros que los que
nazcan del pensamiento, sensibilidad y creencias genuinas del autor.
En
el año 1980 el joven Luis de la Paz es uno de los miles de cubanos
que abandonan la Isla durante el traumático éxodo del
Mariel. Ya, asentado en los Estados Unidos, en la ciudad de Miami, inicia,
en cuesta ascendente, no carente de escollos, su sólida labor
creadora. Participa en el histórico empeño de la revista
Mariel, llegando a ser miembro del consejo de editores. Escribe y publica
dos libros de relatos: Un verano incesante y El otro lado.
También recopila y edita textos y documentos que salen a la luz
bajo el título de Reinaldo Arenas, aunque anochezca.
En
la actualidad es vicepresidente del Pen Club de escritores cubanos exiliados
y columnista del periódico Diario Las Américas. Otros
de sus trabajos como relatos no agrupados, poesías ensayos y
reseñas sobre literatura, teatro y arte han sido publicados en
antologías y medios especializados, nacionales e internacionales.
Leer
a Luis de la Paz es todo un desafío. El desafío de reconocernos
y contemplar nuestra propia imagen reflejada en el espejo de su prosa
palpitante. Prosa ausente de superficialidad, pero sí llena de
gigantes. De los muchos gigantes sonrientes, taciturnos y atronadores
que moran en el alma humana.
Releyendo
a Luis de la Paz vuelvo, por necesidad existencial, al Tiempo vencido
de la desaparecida filósofa francesa Simone Weil: "Una
estatua griega por su belleza inspira un amor que no puede tener por
objeto la piedra. Del mismo modo el mundo por su belleza inspira un
amor que no puede tener por objeto la materia".
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